Si a un amanuense de comisaría que ha trabajado allí por cuatro décadas le dijeran de pronto que le habían aceptado una renuncia presentada dos años antes, que tenía cinco días para retirar sus cosas y despedirse de la gente; que debía dejar la ciudad sin permitir que se le hiciera una adecuada despedida; pensaríamos que se trata de un atropello que ya no sucede entre nosotros.
Pero lo verdad es que sucedió. Y no con un amanuense sino con un obispo. Monseñor Gonzalo López Marañón, prelado de Sucumbíos fue lanzado a la calle de la manera descrita, por el Señor Nuncio que cumplía disposiciones del Vaticano.
Gonzalo López Marañón es un sacerdote carmelita español que vino al Ecuador hace cuarenta años y desde entonces adoptó a nuestro país como suyo. Ha vivido como misionero en Sucumbíos, donde fue designado obispo. Ha acompañado el desarrollo de lo que hoy es la provincia desde cuando, antes del petróleo, allí vivían las comunidades indígenas y unos pocos colonos. Y sobre todo, se ha comprometido con esa gente, que considera suya.
Hacer Sucumbíos no ha sido fácil para sus habitantes. Nada han conseguido sin organización y lucha, desde los servicios públicos y las carreteras, hasta ser tratados como ecuatorianos con derechos. Y en todo ese proceso los ha acompañado su obispo, que lideró la construcción de una iglesia hecha de gente comprometida.
En esa zona fronteriza que es la más conflictiva del país, la defensa de la vida y los derechos humanos ha generado enfrentamientos con la violencia que viene de Colombia, con las autoridades, con los militares, con las petroleras y con la delincuencia. No es raro, por ello, que los poderes de este mundo y los del otro, vieran a López Marañón como peligroso, como un cura de la liberación, de los que el Vaticano ha perseguido en toda Latinoamérica.
Pero el desaire al obispo no es lo más grave. Lo peor es que el Vaticano ha encargado la misión de Sucumbíos a una secta de fanáticos extremistas. Muy oportuna va a ser su actividad donde la violencia hace su agosto. No es casual, por ello, que el propio Nuncio haya presidido el virtual desalojo, asistido del obispo Arregui, siempre dispuesto a cumplir con entusiasmo las odiosas tareas del fanatismo.
Tampoco es casual que la gente de Sucumbíos, especialmente las organizaciones eclesiales de mujeres, respaldaran a su prelado y defendieran su acción cristiana, aunque se toparon con los desplantes y la soberbia del delegado papal, bien entrenado para ejercer de escriba y sumo sacerdote.
Para el año nuevo tenemos instalada en Sucumbíos a una caterva de “heraldos” del oscurantismo y su ola reaccionaria, a vista y presencia de un gobierno que se declara progresista, y a un pueblo cristiano que seguirá defendiendo su compromiso con la gente, con el ejemplo de su verdadero pastor.
El obispo de Sucumbíos fue retirado de mala manera de su puesto pastoral y remplazado por una secta de fanáticos.
Enrique Ayala Mora
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