Jovenes por siempre, Carmelitas de Corazón, Creciendo juntos. Ecuador en la Mitad del Mundo

miércoles, diciembre 29, 2010

Pesame

El bambú


No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere
de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio
que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la
semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: "¡Crece!".

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo
trasforma en no apto para impacientes: se siembra la semilla, se
abona, y se riega constantemente. Durante los primeros meses no
sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla
durante los primeros siete años, a tal punto, que un cultivador
inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis
semanas, la planta de bambú crece más de 30 metros.

¿Tardó seis semanas crecer? No. La verdad es que se tomó siete
años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete
años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un
complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el
crecimiento que iba a tener después de siete años.

En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones
rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es
simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere
tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que
aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente, justo
cuando ya estaban a punto de conquistar la meta.

Es tarea difícil convencer al impaciente, que sólo llegan al éxito
aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento
adecuado. De igual manera, es necesario entender que en muchas
ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creeremos que
nada está sucediendo, y esto puede ser extremadamente frustrante.

Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente
creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito,
cuando éste al fin se materialice. El triunfo no es más que un
proceso que lleva tiempo y dedicación. Es un proceso que exige
aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. En proceso
que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.

martes, diciembre 28, 2010

Olimpiadas Especiales


Hace algunos años, en las Olimpíadas especiales de Seattle, nueve
concursantes, todos física o mentalmente discapacitados, estaban
preparados en la línea de partida de los 100 metros planos; con el
disparo salieron, no exactamente a una carrera, sino al disfrute de
correr, llegar al final y ganar, todos ellos, excepto un muchacho
que se cayó aparatosamente en el asfalto y comenzó a llorar.

Los otros corredores lo escucharon, redujeron la velocidad y miraron
hacia atrás y todos se volvieron hacia él; una chica, con síndrome
de Dawn, se agachó, le dio un beso en la mejilla y le dijo: "Esto
te hará sentir mejor", luego los nueve encadenaron sus brazos y
todos juntos caminaron hasta la meta.

Todas las personas que estaban en el estadio se pusieron de pie y
comenzaron a gritar por varios minutos; la gente que estuvo allí aún
cuenta esta historia. Aquellos jóvenes podían tener alguna
deficiencia, pero no padecían la peor de las enfermedades: "La
insensibilidad."

No olvidemos que en esta vida más importante que ganar, es ayudar a
otros a vencer también, aunque eso signifique disminuir el paso o
cambiar el curso.

"Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son
espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero
cuídese cada uno, porque también puede ser tentado. Ayúdense unos a
otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo. Si
alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí
mismo. Cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo de qué
presumir, que no se compare con nadie. Que cada uno cargue con su
propia responsabilidad" Gálatas 6:1-5

viernes, diciembre 24, 2010

A nuestro querido Juanito Arias


El día de mañana Sábado a las 14:00 será la misa en la Iglesia de Sta. Teresita

Feliz Navidad

Mensaje de Navidad


Faltaba una semana para la Navidad y la asociación de mujeres de la
iglesia había proyectado una fiesta de Navidad en el asilo de
ancianos. En mi calidad de secretaria, tuve que telefonear a todas
las asociadas para pedirles que prepararan algún plato y fueran a
atender personalmente a los ancianos. La mayoría contestaba que
encantada prepararía un pastel, pero que no tenían tiempo para
asistir a la fiesta. Me molestó constatar que tan solo ocho de
treinta y cinco asociadas dijeron que vendrían a ayudar y teníamos
que servir a casi doscientos ancianos.

Las pocas señoras que se habían comprometido a ayudar colocaban los
adornos de Navidad, organizaban las sillas y realizaban los diversos
trabajos necesarios para poner en marcha la fiesta. Gladys, la
presidenta de la asociación, ya se encontraba tras la larga mesa en
la que cada una iba dejando su torta, preparando el ponche y
cortando los pasteles. Me acerqué a ella y le dije:
- ¡Qué lástima! Habría deseado que más señoras hubieran querido
ayudar. ¿Por dónde quieres que empiece?

La cálida sonrisa de Gladys casi borró mi resentimiento:
- Puedes ayudar llevándole la merienda a los ancianos que no
pueden salir de su cuarto.
- Cómo no, dije agarrando una bandeja. ¡Será mejor que comience
pronto, pues voy a tardar un siglo en servirles a todos!

Empezó la música y no sé quién se puso a cantar villancicos con los
ancianos, que estaban todos reunidos en el inmenso patio del
establecimiento. Yo no tenía tiempo de escuchar ni disfrutar las
canciones. Me pasé la tarde corriendo de un lado a otro, llevando
pasteles y ponche, sin mirar casi ni de reojo a los ancianos que
servía. A cada uno le daba además una bolsa de caramelos y un
regalo.

Recorrí todas las alas del edificio, me dolían las piernas de subir
las escaleras. Una de las tantas veces que subí, una viejita que
llevaba un vestido estampado, rasgado y desteñido me tocó el brazo y
me dijo tímidamente:
- Perdone, señorita. ¿Tendría la bondad de cambiarme el regalo?
Me volví hacia ella irritada y repliqué:
- ¿Cambiarle el regalo? ¿Por qué? ¿Es que le tocó uno de hombre?
- No, no... dijo vacilante. Es que me tocaron perlas. Las
perlas representan lágrimas y yo ya no quiero más lágrimas.

Pensé: ¡Qué superstición más tonta! ¡Hay que ver cómo está el mundo!
¡Deberían agradecer cualquier cosa que les dieran!
- Lo siento. Ahora estoy muy atareada. A lo mejor después se lo
puedo cambiar.

Me fui corriendo para llenar otra vez la bandeja y me olvidé al
instante de la señora.

Con la bandeja llena de tortas llegué corriendo a la sección de
mujeres, en la planta baja. Abrí la puerta del cuarto apoyándome de
espaldas y una vez dentro, di la vuelta; cuando vi lo que había
allí, me estremecí de tal modo que la bandeja me empezó a temblar en
mis manos. ¡En aquel cuarto feo y deslucido, acostada en un
camastro de sábanas grises y con un camisón raído, estaba mi madre!
¿Mamá? ¡No puede ser! ¡Mamá está muerta! y de estar viva, no se
encontraría en un lugar así. Se trataba de un asilo para ancianos
sin familia, gente pobre y enferma que no tenía donde estar ni quien
la cuidara.

No podía ser; los ojos me estaban haciendo una jugarreta. Cuando
volví a abrirlos pude ver mejor a la mujer demacrada que ocupaba el
cuarto. No era mi madre, sino una viejita de cabello gris y ojos
azules, que ni se parecía mucho a ella. ¿Qué me habría pasado que
pensé que esa pobre mujer era mi madre? Sería la madre de otro, no
la mía. Entonces, ¿por qué no me sentí aliviada? Todo lo contrario,
me embargó un dolor inmenso y se me hizo un nudo en la garganta.

Sin pronunciar palabra, volví a salir justo a tiempo para que no me
viera llorar. Por el oscuro pasillo retorné a la mesa en la que se
encontraba Gladys trabajando, muy animada. Se me debía de notar lo
mal que me sentía, porque su expresión cambió en cuanto me vio y me
dijo:
- ¿Qué te pasa, Betty? me preguntó, rodeándome con el brazo.
- Es que vi a mi madre... dije sollozando. ¡Acabo de ver a mi
madre allí en un cuarto! No puedo seguir.
- Lo que te pasa es que estás agotada. Tómate un descanso.

Varias personas que se encontraban por allí cerca empezaron a
mirarme. Agarré una servilleta y me fui corriendo para que no me
vieran llorar. Me dirigí a un rincón de la sala donde no había luz
y me senté sollozando:
- Señor, recé, ¿qué me pasa? ¿Me estoy volviendo loca?, y casi al
instante oí su respuesta, que no me llegó con palabras audibles sino
en mis pensamientos: «Y si repartiese todos mis bienes para dar de
comer a los pobres... y no tengo amor, de nada me sirve.»
.

Caí en la cuenta de que esas palabras iban sin duda alguna dirigidas
a mí. Ese día yo había preparado tortas, caminado kilómetros,
llevado comida a muchas personas, pero, ¿para qué? ¿A quién había
estado sirviendo? ¿A quién había tratado con cariño? ¡Ni siquiera
me había molestado en mirar a nadie! Los ancianos no significaban
nada para mí, ni veía sus rostros... hasta que vi en alguien que
sufría el rostro amado de mi madre. Entonces cobraron vida para mí
los ancianos:
- Perdóname, Señor dije en voz baja. Lo he hecho todo al revés.
Tengo que volver a empezar.

Respiré profundamente, me enjugué las lágrimas y volví a la mesa de
los pasteles. Gladys me miró desde donde estaba ocupada y me dijo:
- Ya has hecho bastante por hoy, Betty. ¿Por qué no te vas a casa
a descansar?
- No me pidas que me vaya le respondí. En realidad, recién voy a
empezar como debe ser.

Cuando estaba a punto de irme cargando otra bandeja, de pronto me
acordé:
- Gladys, ¿tienes otro regalo para señoras? Tengo que cambiar uno.

Ella me pasó una cajita que contenía un broche de piedras rojas con
forma de corazón:
- Gracias, es ideal le dije, agarrándola y alejándome deprisa
hacia el patio.

Haz que encuentre a esa mujer, oré para mis adentros. Ni me había
molestado en mirarle la cara. Había estado demasiado ocupada para
prestarle alguna atención. Busqué entre todos los ancianos, de fila
en fila. A todos se les veía contentos, cantando villancicos
mientras resonaba la música. Por primera vez en todo el día, empecé
a sentirme feliz. Entonces vi el andrajoso vestido estampado. La
señora estaba sentada contra la pared, sola, teniendo en su regazo
los caramelos sin desenvolver y las perlas. Se veía muy triste y
desdichada. Me acerqué corriendo y le hablé:
- La he buscado por todas partes. Tome, le traje un regalo
diferente.

Alzó la vista sorprendida y luego, casi como quien pide perdón,
agarró la caja y la abrió. Los ojos se le iluminaron y sonrió de
oreja a oreja encantada:
- Muchas gracias, señorita exclamó, es muy bonito.

De nuevo se me hizo un nudo en la garganta, pero esta vez no me
importó:
- Deje que se lo coloque le dije. Y deme esas perlas, que
ninguna falta nos hacen las lágrimas en Navidad.

Cuando me fui, la dejé cantando en el patio con los demás y me dio
la impresión de que se me quitaba un peso tremendo de encima. Sólo
me quedaba una cosa por hacer antes del fin de la fiesta: volver al
cuarto de la sección de mujeres, en la planta baja. De alguna
forma tenía que darle las gracias a aquella anciana, pero no sabía
cómo. Cuando empujé la puerta, me encontré a la señora sentada en
la cama, comiéndose la torta y cuando entré sonrió:
- Feliz Navidad mamita, le dije.
- ¡Qué bueno que haya vuelto me contestó! Quería darles las
gracias a todas las señoras por venir y hacernos la fiesta. Me
gustaría hacerle un regalo, pero no tengo nada que le pueda dar.
¿Le puedo cantar una canción?

Ya no me podía contener más y asentí con la cabeza. Me senté en la
cama mientras ella me interpretó, con voz chillona, tres estrofas de
una canción muy triste que jamás había escuchado en mi vida. Pero
el resplandor de sus ojos pudo más que la letra y dejó en mí bien
claro el mensaje de la Navidad:
¡Compartir con los demás!

jueves, diciembre 23, 2010

El amor es


La fuerza que te ayuda a realizar algo imposible.
Es lo que te hace soportar penas y dolores.
Es la capacidad de perdonar al prójimo.
Es vivir, compartir, pedir perdón si has fallado alguna vez.
Es dar un abrazo esperando el calor de los sentimientos ajenos.
Es la espera de un sentimiento que puede ser prohibido.
Es poder mostrar nuestro corazón de niño sin tener que esperar nada
a cambio.
Es poder expresar nuestros sentimientos con el alma sin tener que
perder el cuerpo.
Es dar simplemente lo que uno puede dar.
Es esforzarse siempre, para dar un poco más.
Es la energía de la vida, lo que nos impulsa a hacer algo por
nosotros mismos y por los demás.
Es como el viento que sopla y se siente al pasar, es como la lluvia
fina que nos moja al caer.
Es como el canto dulce de un ave al amanecer, es fuego que arde y no
se extingue.
Es el sentimiento más noble, desinteresado, humilde y generoso que
el ser humano pueda sentir.
No te niegues a darlo ni recibirlo.

"Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor
viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Él y lo conoce. El
que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Así manifestó
Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al
mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y
envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el
perdón de nuestros pecados. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha
amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.
Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los
otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha
manifestado plenamente" 1 Juan 4:7-12.

miércoles, diciembre 22, 2010

Que yo no pierda


Que Dios no permita que yo pierda el romanticismo, aún sabiendo que
las rosas no hablan...

Que yo no pierda el optimismo, aún sabiendo que el futuro que nos
espera puede no ser tan alegre...

Que yo no pierda la voluntad de vivir, aún sabiendo que la vida es,
en muchos momentos, dolorosa...

Que yo no pierda la voluntad de tener grandes amigos; aún sabiendo
que, con las vueltas del mundo, ellos se van de nuestras vidas...

Que yo no pierda la voluntad de ayudar a las personas, aún sabiendo
que muchas de ellas son incapaces de ver, reconocer y retribuir,
esta ayuda...

Que yo no pierda el equilibrio, aún sabiendo que muchas fuerzas
quieran que yo caiga...

Que yo no pierda la voluntad de amar, aún sabiendo que la persona
que yo más amo, pueda no sentir el mismo sentimiento por mí...

Que yo no pierda la luz y el brillo en la mirada, aún sabiendo que
muchas cosas que veré en el mundo, oscurecerán mis ojos...

Que yo no pierda la garra, aún sabiendo que la derrota y la pérdida
son dos adversarios sumamente peligrosos...

Que yo no pierda la razón, aún sabiendo que las tentaciones de la
vida son muchas y deliciosas...

Que yo no pierda el sentimiento de justicia, aún sabiendo que el
perjudicado pueda ser yo...

Que yo no pierda mi abrazo fuerte, aún sabiendo que un día mis
brazos estarán débiles...

Que yo no pierda la belleza y la alegría de ver, aún sabiendo que
muchas lágrimas brotarán de mis ojos y correrán por mi alma...

Que yo no pierda el amor por mi familia, aún sabiendo que ella
muchas veces, me exigirá esfuerzos increíbles para mantener la
armonía...

Que yo no pierda la voluntad de donar este enorme amor que existe en
mi corazón, aún sabiendo que muchas veces él será rechazado...

Que yo no pierda la voluntad de ser grande, aún sabiendo que el
mundo es pequeño...

Y encima de todo...

Que yo jamás me olvide que ¡Dios me ama infinitamente! Que un
pequeño grano de alegría y esperanza dentro de cada uno es capaz de
cambiar y transformar cualquier cosa, pues ¡la vida es construida en
los sueños y realizada en el amor!

¿De qué nos sirve vivir, sino sabemos respirar? ¿De qué nos sirve
soñar, sino somos capaces de hacer realidad nuestros sueños?

"Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente
recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de
haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que Él ha prometido.
Pues dentro de muy poco tiempo, -el que ha de venir vendrá, y no
tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no
será de mi agrado- Pero nosotros no somos de los que se vuelven
atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y perseveran
su vida" Hebreos 10:35-39

martes, diciembre 21, 2010

Navidad en tu interior


Navidad significa nacimiento, y el símbolo de la Navidad es una
estrella, una luz en la oscuridad que sirvió de guía para encontrar
al Salvador. No veamos más esta estrella fuera de nosotros, sino
brillando en nuestro cielo interno y aceptémosla como símbolo de que
ha llegado el tiempo del Cristo; el tiempo de reconocer nuestra
verdadera identidad.

Dentro de cada uno de nosotros existe un Salvador que conoce nuestra
totalidad, nuestra esencia. Es una sabiduría innata que, si la
utilizamos como una guía, nos conducirá siempre a experiencias de
paz, armonía y amor. Es algo muy especial que está en todos y es
para todos. Si no sacamos el mayor provecho de ella es sólo porque
no la podemos entender y mucho menos aceptar.

Esta esencia en nosotros es la que conoce nuestra totalidad o
nuestra santidad. Pero como un amigo fiel, no llegará a donde no se
ha le ha invitado. Por lo tanto, vamos a comenzar nuestras fiestas
navideñas abriéndole la puerta a este invitado tan especial. No
temamos abrirle la puerta y recibámosle sin expectativas. Él sabrá
orientarnos, sin equivocarse y nos traerá regalos que no podremos
encontrar en ningún lugar del mundo.

Tan pronto recibamos ese invitado tan especial, estaremos listos
para preparar la gran fiesta. Pero, ¿cómo va a ser esta fiesta de
Navidad? Nuestro amigo no pide nada. No exige sacrificios de
ningún tipo. Por lo tanto, en esta Navidad, cerremos las puertas a
todo sacrificio estéril, a la culpa, al miedo a la escasez y demos
paso a lo único que tiene sentido en nuestras vidas, a ese regalo
del cual derivan su existencia todas las cosas: el amor.

Para muchas personas, las estampas de la Navidad traen sentimientos
de gozo y alegría. Para otras, esta época puede ser difícil,
solitaria, aumentando los sentimientos de culpa y depresión.
Continuamente leemos artículos sobre cómo disfrutar las fiestas, sin
embargo muchos no podemos imaginar cómo salir de ese estado de
inmensa soledad en que algunos nos sumergimos. A veces podemos
sentirnos atrapados entre lo que queremos hacer y lo que debemos
hacer. Nos sentimos culpables porque deseamos quedarnos en casa en
vez de salir a visitar familiares por compromiso.

También podemos sentirnos perdidos porque no tenemos la familia que
quisiéramos tener. Muchos de nosotros, año tras año esperamos que
la mágica Navidad nos regale una persona que pueda llenar el vacío
del solitario corazón, causando honda desesperación cuando no
sucede. Recuerda que no estás solo, que hay muchas personas
compartiendo tus mismos sentimientos.

Ideas que pueden ser de gran ayuda para sentirte mejor contigo mismo
durante la Navidad:

Acepta tus sentimientos sin juzgarlos como buenos o malos. Trabaja
con ellos tratando de reafirmarte en el pensamiento más alto, el de
Dios, en vez del dolor.

Busca disfrutar del amor que está disponible, aunque no sea
exactamente lo que quieras. Si hay alguien a quien puedas
extenderle tu amor, hazlo, verás como lo recibirás multiplicado.

No te conviertas en el mártir. Si la pasada Navidad no fue la
mejor, según tu criterio, recuerda lo que aprendiste para no cometer
los mismos errores. Aprende de ellos, levántate y sigue adelante.
Recuerda que la alegría atrae la alegría y el dolor atrae dolor.
Busca siempre atraer lo mejor.

En esta Navidad, deja que tu Ser se sane por completo del dolor y el
sufrimiento y celebra tu liberación de las falsas cadenas que te han
mantenido alejado del disfrute pleno de la felicidad.

El Príncipe de Paz ha nacido para restablecer la condición de amor
que no puede separarnos del Padre. Ha venido para enseñarnos que el
mejor regalo que podemos hacer en esta Navidad es reconocer que
todos somos hijos de un mismo Padre y que no puede haber separación
entre sus hijos.

No permitamos que el rencor opaque el gozo de la Navidad, porque el
nacimiento de Jesús no tendría sentido si lo apartamos de este
gozo. Unámonos a celebrar un nuevo despertar en nuestras
conciencias. Tengamos fe, construyamos un mundo de esperanzas.

Perdona, porque el perdón libera el alma y un alma libre puede
elevar sus alas hacia horizontes no explorados.

lunes, diciembre 20, 2010

Gansos perdidos en Navidad


Érase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en
decir lo que pensaba de la religión y las festividades religiosas,
como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los
comentarios desdeñosos de su marido.

Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar
a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la localidad
agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero
él se negó.

¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender
a la tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!. Los niños
y la esposa se marcharon y él se quedó en casa. Un rato después, los
vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una
ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía
era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante
la chimenea.

Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había golpeado la ventana.
Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró
ver a más de unos pocos metros de distancia. Cuando empezó a amainar
la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la
ventana.

Dos gansos aturdidos yacían al pié de su ventana y en su potrero
descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino
al sur para pasar allí el invierno, se vieron sorprendidos por la
tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en
aquella granja sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo
en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un
rumbo fijo. El agricultor sintió lástima de los gansos y quiso
ayudarlos. Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí
estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la
tormenta.

Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego,
observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que
estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a
revolotear dando vueltas. No parecía que se hubieran dado cuenta
siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar
en sus circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las
aves, pero sólo consiguió asustarlas y que se alejaran más.

Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos
y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no
entendieron. El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras
ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que
consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas
direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no
conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y
seguros.

¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que
ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevasca?.
Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves
no seguirían a un ser humano. Si yo fuera uno de ellos, entonces sí
que podría salvarlos -dijo pensando en voz alta.

Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un
ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo
entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso
voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo.
Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron
a salvo.

El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las
palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban
en la cabeza: Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría
salvarlos!. Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer
aquel día: ¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué
ridiculez!.

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era
precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos
como aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de
perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos el camino
y, por consiguiente, salvarnos. El agricultor llegó a la conclusión
de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Natividad.

Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevasca, su alma
quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea.

De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido
Jesús a la tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon
años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su
primera plegaria:
"Dios... ahora entiendo porqué tuviste que hacerlo"
"Te hiciste hombre... te hiciste uno de nosotros... para salvarnos,
cargaste con nuestros pecados y nos permites entrar en el cielo para
gozar de la vida eterna junto a ti" "¡Gracias Dios!... ¡Muchas
gracias!"
"¡Gracias Señor, por venir en forma humana a sacarme de la
tormenta!".

jueves, diciembre 16, 2010

Un error en el cielo


Cierta vez, le pregunté a Ramesh, uno de mis maestros de la India:
- ¿Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas
más complicados, mientras que otras sufren por problemas muy
pequeños, muriendo ahogadas en un vaso de agua?

Él simplemente sonrió y me contó esta historia…

Había una vez un sujeto que vivió amorosamente toda su vida. Cuando
murió, todo el mundo dijo que se iría al cielo, pues solamente un
hombre bondadoso como él, podía ir al Paraíso. En esa época, el
cielo todavía no tenía un buen programa de recepción de almas. El
ángel que lo recibió le dio una mirada rápida a las fichas que tenía
sobre el mostrador, y como no vio el nombre de él en la lista, lo
orientó para ir al Infierno.

En el Infierno nadie exige credencial o invitación, cualquiera que
llega es invitado a entrar. Así que el sujeto entró y se fue
quedando. Unos días después, Lucifer llegó furioso a las puertas
del Paraíso para pedirle explicaciones a San Pedro:
- ¡Esto es un sabotaje! Nunca me imaginé que fueses capaz de una
bajeza semejante. ¡Esto que estás haciendo es puro terrorismo!

Sin saber el motivo de tanta furia, muy sorprendido San Pedro le
preguntó a Lucifer:
- No te entiendo, ¿de qué me hablas?
Lucifer, trastornado le gritó:
- Tú me enviaste a ese sujeto al Infierno y ahora él está
haciendo un verdadero desastre allí. Él llegó escuchando a las
personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas, y ahora todo
el mundo está dialogando, abrazándose, y besándose. ¡El Infierno
está insoportable, parece el Paraíso! ¡Pedro, por favor, agarra a
ese sujeto y tráelo para acá!

Cuando Ramesh terminó de contar esta historia me miró cariñosamente
y me dijo:
- Vive con tanto amor en el corazón, que si por error fueses a
parar al Infierno, el propio demonio te lleve de vuelta al Paraíso.

Los problemas forman parte de nuestra vida, pero no dejes que ellos
te transformen en una persona amargada. La crisis siempre sucederá
y a veces no tendrás opción. Tu vida está sensacional y de repente
puedes descubrir que un ser querido está enfermo; que la política
económica del país cambió, y que infinitas posibilidades de
preocupación aparecen. En las crisis no puedes elegir, pero puedes
elegir la manera de enfrentarlas. Y al final, cuando los problemas
sean resueltos, más que sentir orgullo por haber encontrado la
solución, tendrás orgullo de tener dentro de tu corazón a nuestro
Señor Jesucristo sosteníendote de la mano y guiándote por la senda
correcta para salir de los problemas.

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida,
la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la
salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se
destruye o se pierde a sí mismo? Porque el que se avergonzare de mí
y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando
venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles.
Pero os digo en verdad, que hay algunos de los qué están aquí, que
no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios" Lucas 9:23-27

miércoles, diciembre 15, 2010

que es servir


Servir es sembrar semillas buenas.

Servir es atender a cualquiera que nos llame, no a quienes a su
vez, puedan alguna vez servirnos a nosotros.

Servir es sembrar siempre sin descanso, aunque sólo sean otros los
que recojan y saboreen las cosechas.

Servir es mucho más que dar con las manos algo que tienes, es dar
con el alma lo que tal vez nunca nos fue concedido.

Servir es distribuir afecto, bondad, cordialidad, apoyo moral, amor
por sí mismo y a veces, ayuda material.

Servir es repartir alegría, es infundir fe, estima, admiración,
respeto, gratitud, sinceridad, honestidad, libertad, optimismo,
confianza y esperanza.

Servir es en verdad, dar más de lo que recibimos en la vida, y de la
vida.

"SERVIR ES SER COMO EL ÁRBOL DEL SÁNDALO,
QUE PERFUMA EL HACHA QUE EN OCASIONES LE HIERE".

"En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su
vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida
por nuestros hermanos. Si alguien que posee bienes materiales ve
que un hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él,
¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él? Queridos
hijos, no amemos de palabra ni de labios para afuera, sino con
hechos y de verdad" 1 Juan 3:16-18

Historia de Navidad


De prisa, entré en la tienda por departamentos a comprar unos regalos
de Navidad a última hora. Miré a mi alrededor toda la gente que allí
había y me molesté un poco. "Estaré aquí una eternidad; con tanto que
tengo que hacer" pensé.

La Navidad se había convertido ya casi en una molestia. Estaba
deseando dormirme por todo el tiempo que durara la Navidad. Pero me
apresuré lo más que pude por entre la gente en la tienda. Entré en el
departamento de juguetes. Otra vez más, me encontré murmurando para
mí misma, sobre los precios de aquellos juguetes. Me pregunté si mis
nietos jugarían realmente con ellos. De pronto, me encontré en la
sección de muñecas. En una esquina, me encontré un niñito, como de 5
años, sosteniendo una preciosa muñeca.

Estaba tocándole el cabello y la sostenía muy tiernamente. No me pude
aguantar; me quede mirándolo fijamente y preguntándome para quién
sería la muñeca que sostenía, cuando de pronto se le acercó una
mujer, a la cual él llamó tía. El niño le preguntó: "¿Estás segura
que no tengo dinero suficiente ?" Y la mujer le contestó, con un tono
impaciente: "Tú sabes que no tienes suficiente dinero para comprarla."

La mujer le dijo al niño que se quedara allí donde estaba mientras
ella buscaba otras cosas que le faltaban. El niño continuó
sosteniendo la muñeca.

Después de un ratito, me le acerqué y le pregunte al niño para quién
era la muñeca. El me contestó: "Esta muñeca es la que mi hermanita
deseaba con tanto anhelo para Navidad. Ella estaba segura que Santa
Claus se la iba a traer."

Yo le dije que lo más seguro era que Santa Claus se la traería. Pero
él me contesto: "No, Santa no puede ir a donde mi hermanita está. Yo
le tengo que dar la muñeca a mi mamá para que ella se la lleve a mi
hermanita."

Yo le pregunté dónde estaba su hermana. El niño, con una cara muy
triste me contestó: "Ella se fue con Jesús. Mi papá dice que mamá se
va a ir con ella también." Mi corazón casi deja de latir. Volví a
mirar al niño una y otra vez. El continuó: "Le dije a Papá que le
dijera a Mamá que no se fuera todavía. Le dije que le dijera a ella
que esperara un poco hasta que yo regresara de la tienda."

El niño me preguntó si quería ver su foto y le dije que me
encantaría. Entonces, sacó unas fotografías que tenía en su bolsillo
y que había tomado al frente de la tienda y me dijo: "Le dije a Papá
que le llevara estas fotos a mi Mamá para que ella nunca se olvide de
mí. Quiero mucho a mi Mamá y no quisiera que ella se fuera. Pero Papá
dice que ella se tiene que ir con mi hermanita."

Me dí cuenta que el niño había bajado la cabeza y se había quedado
muy callado. Mientras él no miraba, metí la mano en mi cartera y
saqué unos billetes. Le dije al niño que contáramos el dinero otra
vez. El niño se entusiasmó mucho y comentó: "Yo sé que es
suficiente." Y comenzó a contar el dinero otra vez. El dinero ahora
era suficiente para pagar la muñeca. El niño, en una voz muy suave,
comentó:"Gracias Jesús por darme suficiente dinero".

El niño entonces comentó: "Yo le acabo de pedir a Jesús que me diera
suficiente dinero para comprar esta muñeca, para que así mi Mamá se
la pueda llevar a mi hermanita. Y El oyó mi oración. Yo le quería
pedir dinero suficiente para comprarle a mi Mamá una rosa blanca
también, pero no lo hice. Pero El me acaba de dar suficiente para
comprar la muñeca y la rosa para mi Mamá. A ella le gustan mucho las
rosas. ¡Le gustan mucho las rosas blancas!".

En unos minutos la tía regresó y yo, desapercibidamente, me fui.
Mientras terminaba mis compras, con un espíritu muy diferente al que
tenía al comenzar las compras, no podía dejar de pensar en el niño.

Seguí pensando en una historia que había leído en el periódico unos
días antes, acerca de un accidente causado por un conductor ebrio, el
cual había causado un accidente donde había perecido una niñita y su
mamá estaba en estado de gravedad. La familia estaba deliberando en
si mantener o no a la mujer con vida artificial y máquinas. Me di
cuenta de inmediato que este niño pertenecía a esa familia.

Dos días más tarde leí en el periódico que la mujer del accidente
había sido removida de la maquinaria que la mantenía viva y había
muerto. No me podía quitar de la mente al niño. Más tarde ese día,
fui y compré un ramo de rosas blancas y las llevé a la funeraria
donde estaba el cuerpo de la mujer. Y allí estaba, la mujer del
periódico, con una rosa blanca en su mano, una hermosa muñeca, y la
foto del niño en la tienda.

Me fui llorando... mi vida había cambiado para siempre. El amor de
aquel niño por su madre y su hermanita era enorme. En un segundo, un
conductor ebrio le había destrozado la vida en pedazos a aquel niñito.

Ahora tú tienes la opción; tú puedes:

1) Cambiar de actitud y ser más sensible ante la necesidad de los
demás, pudiendo convertirte en instrumento de Dios para ayudar a
otros ó

2) Actuar como si no te hubiera tocado el corazón.

martes, diciembre 14, 2010

Otra historia de Navidad


En ocasiones pensamos que nuestros problemas son los más grandes del
mundo. Algo parecido le sucedió a un muchacho llamado Francisco,
hasta que tuvo un encuentro inesperado con una señora.

Frank, así le llamaban, siempre había sido un buen estudiante y
deportista. En sus estudios, era un alumno sobresaliente. Le
gustaba el básquetbol y sabía jugarlo. Se había preparado
especialmente para jugar la próxima temporada, incluso había
comprado unos zapatos muy suaves y cómodos para jugar. Tal vez por
esa situación tan halagadora le produjo un gran dolor cuando al leer
la lista de los seleccionados no encontró su nombre en ella. Ese
día sintió como si hubiera dejado de existir, como si se hubiese
vuelto invisible.

Muy triste salió de los vestidores, tratando de encontrar una
explicación a su exclusión del equipo. Caminó durante un buen rato,
pero nada lo consolaba. Duró varios días de mal humor, no queriendo
hablar con nadie y respondiendo mal a sus padres cuando intentaban
acercársele. Nada le agradaba. Un día de mucho frío y lluvia, tomó
el autobús de costumbre y se sentó cerca del conductor. Mas tarde,
una mujer en estado avanzado de su embarazo con paso lento subió al
autobús y se sentó detrás del asiento del conductor. Este le
preguntó en voz alta:
- ¿Dónde están sus zapatos, señora? Afuera habrá sólo diez
grados de temperatura.

Francisco no se había fijado, pero efectivamente la señora iba sólo
con unas medias medio mojadas. La señora le contestó al hombre:
- No puedo darme el lujo de tener zapatos. Subí al autobús sólo
para calentarme los pies. Si no le importa viajaré con usted un
rato.

El conductor se rascó su cabeza calva y exclamó:
- Sólo dígame, ¿cómo es que no puede permitirse unos zapatos?
La señora le dijo:
- Tengo tres hijos. Todos tienen zapatos. No quedó dinero para
mí. Pero está bien, el Señor cuidará de mí.

En ese momento Frank miró hacia abajo, observó sus zapatos nuevos
marca Nike. Sus pies estaban cálidos y cómodos, igual que siempre.
Entonces miró a la mujer, sus medias estaban desgarradas. Pensó que
esa persona era "invisible" en otro sentido. Era una señora
marginada y olvidada por la sociedad. Él siempre podría darse el
lujo de tener zapatos. Ella tal vez nunca.

En ese momento Frank se quitó los zapatos. Pensó que tendría que
caminar tres cuadras, pero el frío nunca le había molestado. Cuando
el autobús se detuvo en la parada final, Frank esperó hasta que
todos se hubieran bajado, entonces recogió sus zapatos, se acercó a
la mujer y se los entregó diciéndole:
- Tenga señora, usted los necesita más que yo.

No esperó a que le diera las gracias, sino que se bajó de prisa sin
darse cuenta que caía en un charco. No importaba, no sentía el
frío. En eso escuchó a la señora que desde la ventana del autobús
le decía:
- Mira, ¡me quedan perfectos!".
El conductor del autobús le preguntó:
- ¿Cómo te llamas muchacho?
Él respondió:
- Frank.
El conductor le dijo:
- ¡Muy bien, Frank! En mis veinte años de conductor nunca había
visto un gesto semejante.

La mujer, llorando, le decía al conductor:
- Ya ve. Le dije que el Señor cuidaría de mí, y volviéndose,
dijo: "Gracias Frank".
- No hay de qué. No es gran cosa; además es Navidad, respondió
Frank, quien se dirigió a su casa con los pies helados pero con el
corazón contento y riéndose por haberse preocupado de no jugar con
la selección ese año.

A veces hace falta mirar a nuestro alrededor, para descubrir que los
demás están más necesitados que nosotros mismos. Descubramos el
rostro de Cristo en esas personas necesitadas, recordando las
palabras de Jesús:

"Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve
sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve
desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y
vinisteis a mí... de cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno
de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis" Mateo 25: 35-
40.

lunes, diciembre 13, 2010

No le pidas a Dios


No le pidas a Dios que te de grandes éxitos;
Pídele pequeños adelantos de virtud.

No le pidas a Dios que aligere el peso de tu vida;
Pídele que te de fuerzas para llevar el que Él quiera ponerte.

No le pidas a Dios poder demostrar que tienes razón;
Pídele que te deje entrar siempre en el fondo de la verdad que pueda
tener el otro.

No le pidas a Dios que todo el mundo te escuche;
Pídele guardar silencio para que puedas escuchar a los demás.

No le pidas a Dios tiempo para tus males;
Pídele capacidad para comprometerte con los males de los otros.

No le pidas a Dios que te cambie de cruz;
Pídele que seas capaz de adaptarte a la que viene calculada para tu
condición, tu talla y tu estatura.

No le pidas a Dios felicidad plena;
Pídele saber hacer dichosa la vida con lo que tienes a tu alcance.

No le pidas a Dios cumplir con todo lo que te ha mandado;
Pídele saber ofrecerle algo que nunca te ha pedido.

No le pidas a Dios el hogar más lujoso;
Pídele el que tengas habilidad de manejar.

No le pidas a Dios dinero en abundancia;
Pídele lo necesario para garantizar tu salvación.

No le pidas a Dios tanto viento que te sople;
Pídele una brújula que te oriente.

No le pidas a Dios la magia de la suerte;
Pídele el merecimiento del trabajo.

No le pidas a Dios muchos dones para lucirte en sociedad;
Pídele mejor entrar a tu corazón.

No le pidas a Dios concebir muchos proyectos;
Pídele una buena obra realizada en bien de los demás.

No le pidas a Dios un éxito rotundo;
Pídele que siempre te deje ver el punto débil de tu pequeñez.

Y a la hora de morir...

No le pidas a Dios lo que te mereces;
Pídele su misericordia y su amor.

"En fin, vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y
alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes.
No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan,
porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición" 1
Pedro 3:8-9

"Por último, hermanos, oren por nosotros para que el mensaje del
Señor se difunda rápidamente y se le reciba con honor, tal como
sucedió entre ustedes. Oren además para que seamos librados de
personas perversas y malvadas, porque no todos tienen fe. Pero el
Señor es fiel, y Él los fortalecerá y los protegerá del maligno.
Confiamos en el Señor de que ustedes cumplen y seguirán cumpliendo
lo que les hemos enseñado. Que el Señor los lleve a amar como Dios
ama, y a perseverar como Cristo perseveró" 2 Tesalonicenses 3:1-5

jueves, diciembre 09, 2010

¡Necesitaba un abrazo!


Hace veinte años, yo manejaba un taxi para vivir. Lo hacía en el
turno de la noche y mi taxi se convirtió en un confesionario móvil.
Los pasajeros se subían, se sentaban atrás de mí en total anonimato,
y me contaban acerca de sus vidas. Encontré personas cuyas vidas me
asombraban, me ennoblecían, me hacían reír y me deprimían. Pero
ninguna me conmovió tanto como la mujer que recogí en una noche de
agosto.

Respondí a una llamada de unos pequeños edificios en una tranquila
parte de la ciudad. Asumí que recogería a algunos saliendo de una
fiesta o a un trabajador que tenía que llegar temprano a una fábrica
de la zona industrial de la ciudad. Cuando llegué a las 2:30 am el
edificio estaba oscuro excepto por una luz en la ventana del primer
piso. Aunque la situación se veía peligrosa, yo siempre iba hacia
la puerta. Este pasajero debe ser alguien que necesita de mi ayuda,
razoné para mí. Por lo tanto caminé hacia la puerta y toqué... "un
minuto" respondió una voz frágil. Pude escuchar que algo era
arrastrado a través del piso. Después de una larga pausa, la puerta
se abrió.

Una mujer pequeña de unos ochenta años se paró enfrente de mí.
Llevaba puesto un vestido floreado, y un sombrero con un velo, como
alguien de una película de los años 40"s. A su lado una pequeña
maleta de nylon. El departamento se veía como si nadie hubiera
vivido ahí durante muchos años. Todos los muebles estaban cubiertos
con sábanas, no había relojes en las paredes, ninguna baratija o
utensilio. En la esquina estaba una caja de cartón llena de fotos y
una vajilla de cristal.

La señora repetía su agradecimiento por mi gentileza.
- No es nada, -le dije-. Yo sólo intento tratar a mis pasajeros
de la forma que me gustaría que mi mamá fuera tratada.
- No, estoy segura de que es un buen hijo, -dijo ella-.

Cuando llegamos al taxi me dio una dirección, entonces preguntó:
- ¿Podría manejar a través del centro?
- Ese no es el camino corto, -le respondí rápidamente-.
- No importa, -dijo ella-. No tengo prisa, estoy camino del
asilo.

La miré por el espejo retrovisor, sus ojos estaban llorosos.
- No tengo familia, -continuó-, el doctor dice que no me queda
mucho tiempo de vida.

Tranquilamente estiré mi brazo y apagué el taxímetro.
- ¿Qué ruta le gustaría que tomará? -le pregunté-.

Por las siguientes dos horas manejé a través de la ciudad. Ella me
enseñó el edificio donde había trabajado como operadora de
elevadores. Manejé hacia el vecindario donde ella y su esposo
habían vivido cuando ellos eran recién casados. Ella me pidió que
nos detuviéramos enfrente de un almacén de muebles donde una vez
hubo un salón de baile, al que ella iba a bailar cuando era joven.
Otras veces me pidió que pasara lentamente enfrente de un edificio
en particular o una esquina; miraba en la oscuridad, y no decía
nada. Con el primer rayo de sol apareciéndose en el horizonte, ella
repentinamente dijo:
- Estoy cansada, vámonos ahora.

Manejé en silencio hacia la dirección que ella me había dado. Era
un edificio bajo, como una pequeña casa de convalecencia, con un
camino para autos que pasaba bajo un pórtico. Dos asistentes
vinieron hacia el taxi tan pronto como pudieron. Ellos debían haber
estado esperándola. Yo abrí la cajuela y dejé la pequeña maleta en
la puerta. La mujer estaba lista para sentarse en una silla de
ruedas.
- ¿Cuánto le debo?, -preguntó ella-, buscando en su bolsa.
- Nada, -le dije-.
- Tienes que vivir de algo, -respondió-.
- Habrá otros pasajeros, -le respondí-.

Casi sin pensarlo, me agaché y la abracé. Ella me sostuvo con
fuerza, y dijo:
- ¡Oh, necesitaba un abrazo!

Apreté su mano, entonces caminé hacia la luz de la mañana. Atrás de
mí una puerta se cerró, fue un sonido de una vida concluida. No
recogí a ningún pasajero en ese turno, manejé sin rumbo por el resto
del día. No podía hablar, ¿Qué habría pasado si a la mujer la
hubiese recogido un conductor malhumorado o alguno que estuviera
impaciente por terminar su turno?. ¿Qué habría pasado si me hubiera
rehusado a tomar la llamada, o hubiera tocado el claxon una vez, y
me hubiera ido?.

En una vista rápida, no creo que haya hecho algo más importante en
mi vida. Estamos condicionados a pensar que nuestras vidas están
llenas de grandes momentos, pero los grandes momentos son los que
nos atrapan bellamente desprevenidos, en los que otras personas
pensarán que sólo son pequeños momentos.

Las personas tal vez no recuerden exactamente lo que tú hiciste o lo
que tú dijiste... pero siempre recordarán cómo los hiciste sentir.

"Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no
soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si
tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo
conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero
me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo
que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas,
pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es
bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No
se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no
guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se
regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el
don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de
conocimiento desaparecerá". 1 Corintios 13:1-8