Jovenes por siempre, Carmelitas de Corazón, Creciendo juntos. Ecuador en la Mitad del Mundo

viernes, noviembre 12, 2010

Involucrarse con las necesidades de nuestros semejantes


Estaba caminando en una calle poco iluminada una noche ya tarde,
cuando escuché unos gritos que trataban de ser silenciados que
venían de atrás de un grupo de arbustos. Alarmado, disminuí mi
velocidad para escuchar y me aterroricé cuando me di cuenta de que
lo que estaba escuchando eran los inconfundibles sonidos de una
lucha: fuertes gruñidos, pelea desesperada y tela rasgándose. A
sólo unos metros de donde yo estaba parado, una mujer estaba siendo
atacada.

- ¿Me debería involucrar? Yo estaba asustado por mi propia
seguridad y me maldije a mí mismo por tener que decidir
repentinamente tomar una nueva ruta a casa esa noche.

- ¿Y si me convertía en otra estadística? ¿No debería tan sólo
correr al teléfono más cercano y llamar a la policía? Aunque me
pareció una eternidad, las deliberaciones en mi cabeza habían tomado
pocos segundos, y los chillidos ya habían aumentado poco a poco. Yo
sabía que tenía que actuar rápido. ¿Cómo podría alejarme de esto?

- No, finalmente me decidí. No podría darle la espalda a esta
mujer, aún si esto significaba arriesgar mi propia vida. No soy un
hombre valiente, ni soy atlético. No sé donde encontré el coraje
moral y la fuerza física, pero una vez que había decidido finalmente
ayudar a la chica, me volví extrañamente transformado. Corrí detrás
de los arbustos y jalé al asaltante lejos de la mujer. Forcejeando,
caímos al piso, donde luchamos durante unos minutos, hasta que el
atacante se puso en pie de un salto y escapó.

Jadeando fuertemente, me levanté con dificultad, y me acerqué a la
chica, que estaba en cuclillas detrás de un árbol, sollozando. En
la oscuridad, apenas pude ver su silueta, pero ciertamente pude
percibirla temblando y en shock. No queriendo asustarla de nuevo,
primero le hablé a distancia:
- "Está bien" -dije en tono tranquilizador- "El ladrón huyó,
estás a salvo ahora".

Hubo una prolongada pausa, entonces oí las palabras, pronunciadas
maravillosa y sorprendentemente:
- ¿Papi, eres tú?

Entonces de atrás del árbol, salió caminando mi hija más joven,
Katherine.

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