Jovenes por siempre, Carmelitas de Corazón, Creciendo juntos. Ecuador en la Mitad del Mundo

miércoles, septiembre 01, 2010

La bolsa de agua caliente


Una noche yo había trabajado mucho ayudando a una madre en su parto;
pero a pesar de todo lo que hicimos, murió dejándonos un bebé
prematuro y una hija de 2 años, nos iba a resultar difícil mantener
al bebé con vida porque no teníamos incubadora (¡no había
electricidad para hacerla funcionar!), ni facilidades especiales
para alimentarlo.

Aunque vivíamos en el ecuador africano, las noches frecuentemente
eran frías y con vientos traicioneros. Una estudiante de partera fue
a buscar una cuna que teníamos para tales bebés, y la manta de lana
con la que lo arroparíamos. Otra fue a llenar la bolsa de agua
caliente. Volvió enseguida diciéndome irritada que al llenar la
bolsa, había reventado. La goma se deteriora fácilmente en el clima
tropical "¡Y era la última bolsa que nos quedaba!", exclamó y no hay
farmacias en los senderos del bosque. "Muy bien", dije, "pongan al
bebé lo más cerca posible del fuego y duerman entre él y el viento
para protegerlo de éste. Su trabajo es mantener al bebé abrigado".

Al mediodía siguiente, como hago muchas veces, fui a orar con los
niños del orfanato que se querían reunir conmigo. Les hice a los
niños varias sugerencias de motivos para orar y les conté del bebé
prematuro. Les dije el problema que teníamos para mantenerlo
abrigado y les mencioné que se había roto la bolsa de agua caliente
y el bebé se podía morir fácilmente si tomaba frío. También les dije
que su hermanita de 2 años estaba llorando porque su mamá había
muerto. Durante el tiempo de oración, Ruth, una niña de 10 años oró
con la acostumbrada seguridad consciente de los niños africanos "por
favor Dios", oró "mándanos una bolsa de agua caliente. Mañana no
servirá porque el bebé ya estará muerto. Por eso, Dios MANDALA ESTA
TARDE". Mientras yo contenía el aliento por la audacia de su oración
la niña agregó: "y mientras te encargas de ello, ¿podrías mandar una
muñeca para la pequeña y así pueda ver que Tú le amas realmente?".

Frecuentemente las oraciones de los chicos me ponen en evidencia.
¿Podría decir honestamente "amén" a esa oración? No creía que Dios
pudiese hacerlo.
Sí, claro, sé que El puede hacer cualquier cosa. Pero hay límites
¿no?, y yo tenía algunos GRANDES "peros..."

La única forma en la que Dios podía contestar esta oración en
particular, era enviándome un paquete de mi tierra natal. Había ya
estado en Africa casi 4 años y nunca jamás recibí un paquete de mi
casa. De todas maneras, si alguien llegara a mandar alguno, ¿quién
iba a poner una bolsa de agua caliente?

A media tarde cuando estaba enseñando en la escuela de enfermeras,
me avisaron que había llegado un auto a la puerta de mi casa. Cuando
llegué el auto ya se había ido, pero en la puerta había un enorme
paquete de once kilos. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Por
supuesto, no iba a abrir el paquete yo sola, así que invité a los
chicos del orfanato a que juntos lo abriéramos. La emoción iba en
aumento. Treinta o cuarenta pares de ojos estaban enfocados en la
gran caja. Había vendas para los pacientes del leprosario y los
chicos parecían estar un poco aburridos. Luego saqué una caja con
pasas de uvas variadas, lo que servía para una buena tanda de
panecillos el fin de semana. Volví a meter la mano y sentí... ¿sería
posible?, la agarré y la saqué... ¡Sí, era UNA BOLSA DE AGUA
CALIENTE NUEVA!

Lloré... Yo no le había pedido a Dios que mandase una bolsa de agua
caliente, ni si quiera creía que El podía hacerlo. Ruth estaba
sentada en la primera fila, y se abalanzó gritando: "¡Si Dios mandó
la bolsa, también tuvo que mandar la muñeca!". Escarbó el fondo de
la caja y sacó una hermosa muñequita. A Ruth le brillaban los ojos.

Ella nunca había dudado. Me miró y dijo: "¿puedo ir contigo a
entregarle la muñeca a la niñita para que sepa que Dios la ama de
verdad?". Ese paquete había estado en camino por 5 meses. Lo había
preparado mi antigua escuela dominical, cuya maestra había escuchado
y obedecido la voz de Dios que la impulsó a mandarme la bolsa de
agua caliente, a pesar de estar en el ecuador africano. Y una de las
niñas había puesto una muñequita para alguna niñita africana cinco
meses antes en respuesta a la oración de fe de una niña de 10 años
que la había pedido esa misma tarde.

Esto nos habla de la fuerza que tiene la oración que se hace con fe
y confianza. Y tú ¿tienes esa confianza?... ¿tienes esa actitud de
fe al orar?

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