Eugenio Pizarro Poblete
“Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”…
La Navidad no es un mero hecho histórico. No es sólo algo que sucedió hace varios siglos atrás.
Tampoco es un recuerdo sentimental y un tanto
romántico, con un dejo de un cuento celeste, y con narraciones parecidas
a historietas de hadas. ¡No! La Navidad es algo real hoy día. El amor y
la misericordia de Dios se encarnan en la persona de Jesús. Y Jesús
vino, viene siempre, y vendrá al fin de los tiempos.
Hoy viene y nace para nosotros. Y lo hace porque lo
necesitamos ardiente y urgentemente. Y cada vez que alguien tenga
necesidad, Jesús estará a la puerta de su vida toda. Jesús es la
respuesta del amor de Dios por nosotros. El amor de Dios no permanece
indiferente ante nuestras necesidades. Nunca está indiferente ante la
humanidad caída a la vera del camino. Jesús, como Buen Samaritano, no
pasa de largo como el levita y el sacerdote, como los sabios y
religiosos poderosos, ocupados en sus negocios, cuales ciegos y sordos
que no ven ni escuchan el clamor de “millones de pobres que piden a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte” (Medellín, Pobreza 1, 2).
El hecho real es que “Dios no consideró indigno hacerse uno de nosotros, en todo igual a nosotros, menos en el pecado”.
Dios se hizo hombre. Jesús viene: es el Dios hecho Hombre. Dios se hizo
un humano. En Jesús, el Niño, que nace hoy para nosotros, está un Dios
verdadero y un verdadero Hombre.
Dios, que es Amor, se sintió urgido por la humanidad
caída y a la vera del camino. Vino a prisa a liberarnos. Sin ningún
titubeo ni recoveco; tampoco rehuyó, buscando otro camino, ni le sacó la
vuelta al conflicto de la vida de los hombres y mujeres del mundo
empecatado. Él se abajó, tomando nuestra condición humana, asumiéndola
con amor en su propia vida. Se aproximó. Se hizo prójimo. Se bajo de su
cabalgadura y se acercó a la humanidad. Se acercó a mí, a usted y a todo
el hombre y a todos los hombres caídos. Nos tomó con un amor concreto y
una ternura inmensa… nos curó de nuestras heridas, todas provocadas por
los mismos hombres y mujeres: salteadores y saqueadores en nuestra
sociedad… nos cargó y nos puso sobre su cabalgadura (nos cargó,
asumiendo nuestra humanidad herida, poniéndonos y cargándonos en su
pesada cruz). Nos llevó a la posada. Y allí, en cuerpo y alma, nos atendió personal, social e integralmente durante toda nuestra noche. Después de esa angustiosa noche, tuvimos un otro día… tuvimos un amanecer… había pasado lo peor. Y nos dejó en la Posada… nos dejó y nos entregó al cuidado de la Iglesia. A la Iglesia le entregó “denarios”
para que nos siguiera cuidando y amando como Él lo hizo: amar a la
manera de Jesús. Jesús promete, que a su vuelta, pagará a la Iglesia
todo el amor y entrega al cuidado de nosotros. ¡Qué grave
responsabilidad tenemos nosotros, Iglesia de Cristo Jesús! Y, ¿cómo la
estamos cumpliendo?
Como podrán ver ustedes, la Navidad, que hoy
conmemoramos, es un hecho real, de hoy, y que tiene una proyección mucho
más allá, amplia, integral y universal, que la noche de Belén.
Hoy celebramos la fiesta de un amor hasta el extremo.
Fiesta de un amor que nace y que puede y debe nacer todos los días,
para todo el hombre y para todos los hombres (y mujeres). Nos
corresponde actualizarla hoy: en nuestras familias, en los barrios y
poblaciones, especialmente en los Campamentos de nuestros hermanos pobres.
Hoy es posible este amor comprometido. Hoy puede y
debe ser navidad, un gran nacimiento en nuestro confuso y confundido
rumbo de Chile. Tengamos fe: un mundo nuevo puede nacer. Hoy puede nacer
el Amor.
Y, ¿cómo puedo yo recibir este Amor… cómo puedo yo
acoger a un Dios que se abaja para amarme y salvarme, haciéndose un Niño
muy al alcance de nuestras manos?
Primero que nada los invito a hacer un profundo acto de fe en el Dios que se nos manifiesta hoy tan humano.
Después, hay que tener un corazón y alma de pobre
como el Niño de Belén. En un corazón egoísta, duro, que no se deja amar y
que no sabe amar de verdad, nunca podrá nacer ni entrar Dios; nunca
podrá “entrar y cenar con nosotros”… nunca podrá ser nuestro huésped, ni nunca podremos ser habitados.
Mirando la Bienaventuranza de los pobres, encarnada en un pequeño, que “no tuvo lugar en la posada”,
encontraremos el camino hacia un gran nacimiento, hoy día en nosotros y
en medio de nosotros. Abramos un corazón de pobre al Niño Dios, que se
pone humildemente a nuestro alcance y servicio, y será Navidad.
Sí… todo es posible. En liturgia navideña de Iglesia,
y no sólo en ella, Jesús puede nacer en nuestra vida toda y en todas
nuestras vidas. Hoy es posible una Navidad para todos y cada uno.
Más de alguno dirá: ¿cómo será posible en mí, si yo
soy tan pecador? No importa. Precisamente, por nuestros pecados y
heridas vino y viene Jesús. Nuestro nacimiento no será sólo por nuestros
méritos y virtudes propias de nuestros esfuerzos personales. Aquí, se
hace necesaria una espiritualidad desde abajo. Desde un Niño “sin un lugar en la posada”, desnudo, pobre, “apenas envuelto en pañales en una pesebrera”.
Un corazón y alma de pobre reconoce sus miserias, y sabe que Jesús,
desde nuestras miserias y pecados, sean estos personales y sociales, nos
tira para arriba, sacándonos de nuestras servidumbres. Jesús es nuestro
ascensor. Sus brazos se estiran hacia abajo, nos toman desde nuestros
pecados y nos hacen subir. Recomiendo ese camino. Es el camino de los
humildes, de los de alma y corazón de pobre. No hay nada nuestro que no
tenga solución. Dios es el Dios de lo imposible. ¡Tengamos fe, esperanza
y amor, y será Navidad! Les digo, como el vigilante bíblico de la
noche… de nuestras oscuras noches: “Vigía, ¿qué ves en la noche?… Veo el amanecer”.
Pero no puedo terminar sin levantar ante un mundo
egoísta globalizado, la condición de pobre que tomó el Dios que nace. Si
no renegamos ni no nos avergonzamos de nuestra cuna y origen… Si
tenemos una opción radical por los más pobres… es porque Dios optó
primero que nosotros por los pobres. Esta verdad de nuestra fe se nos
recuerda hoy en Navidad.
Dios se hizo Hombre Pobre… Se abraza, hoy, con todos
los pobres del mundo y se hace su hermano. Más aún, se identifica con
ellos. ¡El pobre es Cristo! “Lo que haces por el pobre, conmigo lo haces” (Mt 25). Y por esto seremos juzgados por Dios.
A ese pobre… a ese Cristo, tenemos que “hacerle un lugar en la posada”. Es nuestra tarea propia de la construcción del Reino. El pobre de Chile y del mundo (80%) tiene que tener un nacimiento.
La sociedad de una economía neoliberal impide el nacimiento de ese Cristo, que está en los más pobres. En esa sociedad de “pecado social” no habrá nunca un nacimiento ni para los responsables y culpables, ni para los pobres oprimidos por una minoría pecadora.
El camino neoliberal es un asalto y un saqueo que tiene malherida “a la vera del camino”
a una mayoría de hombres y mujeres: son los rostros sufridos de Cristo,
hoy entre nosotros, son los millones de pobres que hoy interpelan
nuestra conciencia.
¡No más mentiras! No habrá Navidad, y no es cierto
que se ama a Dios, y que un país es cristiano, si se tiene secuestrada a
una mayoría por una minoría concentradora, poderosa, dura y egoísta,
con idolatría del tener y del dinero. Desde el mismo momento que Dios se
hizo pobre, los derechos humanos de los pobres, son los derechos de
Dios mismo.
Quien dice que ama a Dios y no respeta los derechos de los pobres, es un mentiroso y Cristo no está con él ni en él.
No existe el amor al prójimo en abstracto. Es sólo una teoría mentirosa decir que “todos los hombres y mujeres son mis hermanos y prójimos”.
No. Ese no es el Camino, la Verdad y la Vida. El Camino, la Verdad y la
Vida, es Cristo, el que nace, se hace un Hombre… se aproxima a la
humanidad caída a la vera del camino… se abaja y se acerca… se hace el
próximo de todo y de todos. Entonces, yo seré prójimo del que me acercó y
aproximo con compromiso real y de hermano.
En esta Navidad, Cristo quiere aproximarse a cada uno
y a todos. Que lo recibamos. Que seamos un pesebre para Cristo. Más
aún, que ahora, haya “un lugar en la posada” para Cristo.
Aproximémonos a Cristo, aproximándonos entre nosotros, especialmente
hagámonos prójimos de los pobres, buscando una posada, una sociedad
justa, fraterna, libre y solidaria, para que ellos tengan un gran
nacimiento.
Será Navidad si comenzamos con urgencia a cumplir las promesas del que nace, proclamadas por la Virgen en su Magníficat: “Derribará
del trono a los poderosos y enaltecerá a los humildes. Colmará de
bienes a los hambrientos y despedirá a los ricos con las manos vacías”.
Cristo ya nació. Ahora nos toca nacer a nosotros. Saludo y deseo un gran nacimiento para todos.
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