Bienaventurados seréis cuando os
insulten y persigan y cuando os calumnien de mil modos por causa mía. Alegraos
y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa. (Mt 5,11- 12)
No penséis que he venido a poner paz
en la tierra, no vine a traer paz sino espada.
(Mt 10,34)
Si el mundo os aborrece, sabed que
antes me aborreció a Mí. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como cosa
suya; pero porque no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el
mundo os aborrece. Acordaos de mis palabras: «No es el siervo mayor que su
señor. Si me persiguieron a Mí, también a vosotros os perseguirán». (Jn
15,18-20)
He oído predicar el
Evangelio a un sacerdote que vivía el Evangelio. Los pequeños, los pobres,
quedaron entusiasmados, los grandes, los ricos, salieron escandalizados, y yo
pensé que bastaría predicar sólo un poco el Evangelio para que los que
frecuentan las iglesias se alejaran de ellas y para que los que no las conocen
las llenaran.
Yo pensé que era una
mala señal para un cristiano el ser apreciado por la «gente bien».
Haría falta —creo yo—
que nos señalaran con el dedo tratándonos de locos o revolucionarios.
Haría falta —creo yo—
que nos armasen líos, que firmasen denuncias contra nosotros, que intentaran
quitarnos de en medio.
Esta tarde, Señor,
tengo miedo, tengo miedo porque sé que tu Evangelio es terrible:
es fácil oírlo
predicar,
es todavía
relativamente fácil no escandalizarse de él, pero vivirlo... vivirlo es bien difícil.
Tengo miedo de
estarme equivocando, Señor. Tengo miedo de estar satisfecho con mi vidita decorosa,
tengo miedo de las
buenas costumbres que yo tomo por virtudes,
tengo miedo de mis
pequeños esfuerzos que me dan la impresión de avanzar,
tengo miedo de mis
actividades que me hacen creer que me entrego,
tengo miedo de mis
sabias organizaciones que yo tomo por éxitos,
tengo miedo de mi
influencia: me imagino que transforma las vidas,
tengo miedo de lo que
doy, pues me esconde lo que no doy,
tengo miedo porque
hay gente que es más pobre que yo, los hay peor instruidos que yo peor
desarrollados peor albergados peor abrigados peor pagados peor
alimentados menos
acariciados menos amados. Yo tengo miedo, Señor, pues no hago bastante por ellos,
no hago todo por ellos.
Sería necesario que
yo lo diera todo
sería necesario que
yo lo diese todo hasta que no quedara ni un solo sufrimiento,
ni una sola miseria,
ni un solo pecado en el mundo. Haría falta, Señor, que yo lo diera todo, todo y
siempre.
Haría falta que yo
diera mi vida.
Pero no, esto no
puede ser verdad del todo,
no puede ser verdad
para todos. Estoy exagerando, hay que ser razonables.
Hijo mío, no hay más que un
solo mandamiento para todos:
«.Amarás con todo el
corazón
con toda el alma
con todas sus fuerzas.»
Miche Quoist
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