"La Iglesia necesita un papa que no viva intelectualmente en la Edad Media"
Hans Küng, 01 de marzo de 2013 a las 09:56
(Hans Küng, en Clarín).- La Primavera Arabe hizo tambalear a toda una serie de regímenes autocráticos. Con la renuncia del papa Benedicto XVI, ¿no sería posible algo similar en la Iglesia Católica, una Primavera Vaticana?
El sistema de la Iglesia Católica naturalmente se parece menos a Túnez o
Egipto que a una monarquía absoluta como Arabia Saudita. En ambos casos
no hay reformas auténticas, sólo concesiones menores. En ambas, se invoca la tradición para oponerse a la reforma.
¿Pero esa tradición es verdadera? La iglesia se mantuvo durante un
milenio sin un papado monárquico absolutista del tipo que conocemos hoy.
Fue sólo en el siglo XI cuando una "revolución desde arriba", la "Reforma Gregoriana"
iniciada por el papa Gregorio VII, nos legó las tres características
imperecederas del sistema romano: un papado centralista-absolutista,
clericalismo forzoso y celibato obligatorio para los sacerdotes. Los
esfuerzos de los concilios de reforma del siglo XV, los reformistas del
siglo XVI, la Ilustración y la Revolución Francesa de los siglos XVII y
XVIII y el liberalismo del siglo XIX tuvieron un éxito parcial. El Concilio Vaticano II,
si bien abordó muchas de las preocupaciones de los reformistas y los
críticos modernos, se vio frustrado por el poder de la Curia, el órgano
de gobierno de la iglesia.
En 2005, Benedicto mantuvo conmigo una cordial conversación de 4 horas en su residencia de verano de Castelgandolfo
en Roma, una de las pocas acciones audaces de su papado. Yo había sido
colega suyo en la Universidad de Tubingen y también su más duro crítico.
En 22 años, gracias a la revocación de mi licencia de enseñanza
eclesiástica por haber criticado la infalibilidad papal, no habíamos
tenido el menor contacto privado. Para mí, y para todo el mundo
católico, la reunión fue motivo de esperanza. Pero el pontificado
de Benedicto se caracterizó por las malas decisiones. El papa irritó a
las iglesias protestantes, los judíos, los musulmanes, los indios de
América Latina, las mujeres, los teólogos reformistas y todos los
católicos partidarios de la reforma.
Los grandes escándalos de su papado son conocidos: uno fue el reconocimiento de la archiconservadora Hermandad Sacerdotal San Pío X
del arzobispo Marcel Lefèvre y el del obispo Richard Williamson, que
niega el Holocausto. Otro fueron los abusos sexuales de niños y jóvenes
por parte de los sacerdotes, de cuyo encubrimiento el papa fue en gran
medida responsable. Y también estuvo el caso de los "Vatileaks",
que revelaron una espantosa cantidad de intrigas, luchas de poder,
corrupción y deslices sexuales en la Curia y que parecen ser la
principal razón de la renuncia de Benedicto.
Ahora todo el mundo se pregunta: ¿El próximo papa podrá, pese a todo, inaugurar una nueva primavera para la Iglesia Católica?
En la situación dramática que vive hoy, la iglesia necesita un papa que no viva intelectualmente en la Edad Media,
un papa que defienda la libertad de la iglesia en el mundo no sólo
dando sermones sino luchando con palabras y hechos por la libertad y los
derechos humanos dentro de la iglesia, para los teólogos, para las
mujeres y para todos los católicos que quieren decir la verdad
abiertamente, un papa que ponga en práctica una democracia apropiada en la iglesia.
Como último teólogo activo en haber participado en el Concilio
Vaticano II (junto con Benedicto), me pregunto si, al iniciarse el
Cónclave, como ocurrió al comenzar el Concilio, no habrá un grupo de
cardenales valientes que enfrenten con firmeza a la línea dura del
catolicismo y exijan un candidato que esté dispuesto a aventurarse en
nuevas direcciones.
Si el próximo cónclave elige a un papa que siga por el viejo camino,
la iglesia nunca experimentará una nueva primavera sino que caerá en una
nueva era del hielo y correrá el peligro de convertirse en una secta cada vez más irrelevante.
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