El problema de la Iglesia no está en los conflictos
de la Curia, sino en la integración y consiguiente pertenencia de la
institución eclesiástica al sistema económico que nos ha arruinado y nos
está destrozando.
Me explico. En estos días, vísperas del próximo
Cónclave que elegirá al sucesor de Benedicto XVI, se habla sin pelos en
la lengua de los graves problemas que han motivado lo que está pasando
en el Vaticano. Se cuentan historias y hechos truculentos. Y se afirma
que los cardenales tienen que elegir a un hombre que ponga orden en la
Curia, corte por lo sano con los escándalos morales que allí se cuecen o
se permiten y, sobre todo, no tienen más salida honrada que, tal como
está la Iglesia, la solución es elegir a un papa que lleve o permita una
orientación nueva en la institución eclesiástica.
Una orientación
exigente con la honestidad, la transparencia y la ejemplaridad de la
Curia, el clero y los teólogos en el fiel cumplimiento de sus deberes,
para ir así promoviendo una renovación del pueblo cristiano, de la fe y
de la práctica religiosa en sus diversas y apremiantes exigencias.
Confieso que todo esto me parece excelente,
apremiante y necesario. Pero con la misma sinceridad me permito sugerir
que el problema más grave, que tiene ahora mismo la Iglesia, está en
algo de lo que no se suele hablar y que, sin embargo, es la raíz de los
demás problemas. La raíz de los mil chismes y escándalos, que suelen
ocupar a los tertulianos religiosos en sus cavilaciones y devaneos, está
en otra causa, que es, sin duda alguna, mucho más honda. Porque es la
causa que, según sospecho, se refiere al problema que toca fondo en este
momento.
¿De qué se trata? Estamos de acuerdo en que el
problema, que a todos nos angustia ahora mismo, es la crisis económica y
sus muchas conexiones con la política y todo lo que eso abarca, que es
bastante más de lo que podemos imaginar. Pues bien, si la raíz de la
crisis que sufrimos está en la corrupción económica, ¿no les parece a
ustedes sospechoso -al menos sospechoso- que el papado, el Vaticano, los
medios que, bien informados por los “vaticanistas”, nos
explican lo que pasa, echando mano de los escándalos de obispos y curas,
de las intrigas que se viven en la Curia Vaticana, de las luchas por el
poder entre los cardenales, resulta sospechoso -digo- que nos hablen de
toda esa basura y no digan ni pío sobre lo más fuerte que está pasando
en la Iglesia?
¿De qué se trata? Se trata sencillamente del silencio
del papa y de la jerarquía ante la crisis que azota a los más pobres y
tiene trastornado a medio mundo. Ha habido obispos y sacerdotes que se
han quejado de lo mal que están las cosas. La Iglesia ayuda a los
necesitados. Todo eso es cierto. Pero con todo eso ni se roza el
verdadero problema y la verdadera solución de la crisis. El problema no
está en los manejos financieros del IOR, el Banco del Vaticano. EL
problema está en que la Iglesia, y otras confesiones religiosas, con sus
silencios y conductas, están “legitimando” al sistema
económico-político que ha causado la crisis y la mantiene. ¿Europa y
España estarían como están si el papa, los cardenales, los obispos, el
clero en pleno, se hubieran plantado con firmeza ante lo que están
sufriendo tantos millones de personas?
El problema fundamental de la Iglesia no es sólo
moral o religioso. Es, sobre todo, el problema de su escandalosa
pertenencia al sistema que nos está destrozando. Y no olvidemos que el
que calla, otorga. Ésta es la raíz de todo lo demás. Mientras no se
ataque esto a fondo, no salimos de la madre de todas las crisis. Cuando
Jesús mandó a sus apóstoles a predicar el Evangelio prohibiéndoles que
llevaran dinero, y hasta calderilla, sabía lo que hacía. Jesús vio claro
que la relación apostolado-dinero no sólo no ayuda a evangelizar, sino
que, sobre todo, es un estorbo para el apostolado. El primer estorbo
para la Iglesia. Y para la fe en el Evangelio.
José María Castillo
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