20.02.13 | 09:39. Archivado en Pedro Casaldáliga
Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias impecables
por palabras de vida, temblorosas.
Vamos al Huerto de las bananeras,
revestidos de noche, a todo riesgo,
que allí el Maestro suda la sangre de los Pobres.
La túnica inconsútil es esta humilde carne destrozada,
el llanto de los niños sin respuesta,
la memoria bordada de los muertos anónimos.
Legión de mercenarios acosan la frontera de la aurora naciente
y el César los bendice desde su prepotencia.
En la pulcra jofaina Pilatos se abluciona, legalista y cobarde.
El Pueblo es sólo un «resto»,
un resto de Esperanza.
No Lo dejemos sólo entre guardias y príncipes.
Es hora de sudar con Su agonía,
es hora de beber el cáliz de los Pobres
y erguir la Cruz, desnuda de certezas,
y quebrantar la losa—ley y sello— del sepulcro romano,
y amanecer
de Pascua.
Diles, dinos a todos,
que siguen en vigencia indeclinable
la gruta de Belén,
las Bienaventuranzas
y el Juicio del amor dado en comida.
¡No nos conturbes más!
Como Lo amas,
ámanos,
simplemente,
de igual a igual, hermano.
Danos, con tus sonrisas, con tus lágrimas nuevas,
el pez de la Alegría,
el pan de la Palabra,
las rosas del rescoldo...
...la claridad del horizonte libre,
el Mar de Galilea ecuménicamente abierto al Mundo.
Páginas
Jovenes por siempre, Carmelitas de Corazón, Creciendo juntos. Ecuador en la Mitad del Mundo
jueves, febrero 28, 2013
lunes, febrero 25, 2013
La renuncia del papa
José Arregi |
La Iglesia vuelve a ser espectáculo, no buena
noticia. Y así seguiremos en los próximos meses. ¡Qué pena en un mundo
tan necesitado de consuelo y esperanza!
Que un papa, a los 85 años y enfermo, se despoje de
la tiara y descienda del trono, renunciando al poder religioso más
arbitrario y absoluto jamás imaginado, ¿qué tiene de extraño en los
tiempos que corren? Tiene de extraño que se limite a eso: a una renuncia
personal. Y, sin embargo, ha sido celebrada por clérigos y laicos bien
intencionados como un gesto de libertad, valentía y dignidad, e incluso
de humildad.
No niego que lo sea. Es digno y humano decir: “No tengo fuerzas, no puedo más”, o decir también: “Estoy harto de este mundo vaticano y me voy”.
¿Y quién sabe si no ha sido más lo segundo que lo primero? Ha sido
valiente y libre al hacer frente a las presiones de muchos curiales que
querrían seguir aprovechando la debilidad del pontífice para seguir
ejerciendo su poder en la sombra. Pero, ¿su renuncia no constituye a la
vez un acto de rendición frente a esa oscura maquinaria de poder que es
el Vaticano? Es humano que un papa anciano y enfermo se retire a un
monasterio de clausura para dedicar sus últimos años a disfrutar en paz
orando, leyendo, escuchando música y tocando el piano. Pero, ¿no es
también una dejación haberse retirado sin antes saldar de una vez las
pesadas cuentas del papado ante la Iglesia y la historia?
No reprocho nada a su persona. Es un hombre de gran
calidad humana. No hay más que mirar sus ojos limpios llenos de
inteligencia, su sonrisa diáfana, su estilo discreto, su falta de
ambición, su trato bondadoso y afable. Pero la persona es inseparable
del papel que desempeña dentro de un sistema, y en el caso del papa es
inevitable que la persona, por admirable que sea, quede aplastada por un
papel y un poder desorbitado, dentro de un sistema perverso: un papa
elige a los cardenales que elegirán al siguiente papa, el cual impondrá a
todos como voluntad divina lo que son en realidad sus propios criterios
personales. Así es como Benedicto XVI, primero por mano de Juan Pablo
II y luego por su propia mano, ha enterrado lo mejor del Vaticano II y
ha ahondado el abismo entre la Iglesia y el mundo de hoy. Todo por
voluntad divina.
Ahora se va del Vaticano dejando intacto un sistema
esencialmente corrupto. La tiara y el trono, la terrible infalibilidad,
el terrible poder absoluto, siguen intactos, esperando al siguiente
candidato. Y no faltarán aspirantes. Ya se traman oscuras estrategias,
ya se urden alianzas, ya se hacen quinielas. Se maquina y se conspira.
Es pura farsa mediática, pura pornografía religiosa. Y cuando salga la
fumata blanca dirán: “El Espíritu Santo ha elegido”. Más obsceno todavía.
¿Qué ha sido de las palabras de Jesús, el profeta de Galilea libre, itinerante y compasivo, amigo de los últimos? “A
nadie llaméis santo, a nadie llaméis padre, a nadie llaméis señor.
Todos vosotros sois hermanos. Buscad cada uno el último puesto”.
Yo hubiera deseado que Benedicto XVI, antes de
renunciar, hubiera hecho uso de sus poderes absolutos para poner fin a
este sistema, promulgando un escueto decreto que rezara más o menos así:
“En virtud de los poderes divinos que se han atribuido al obispo de
Roma solo a partir del siglo XI y que el Concilio Vaticano I en el s.
XIX elevó a categoría de dogma, yo, Benedicto XVI, un hombre como otro
cualquiera pero papa todavía, defino solemnemente que el poder universal
y la infalibilidad atribuidos al papa son doctrina humana y errónea. Y
por este decreto declaro abolido el modelo monárquico del papado como
contrario al Espíritu que animaba a Jesús de Nazaret y que sigue
inspirando a hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas, más allá
de confesiones y religiones, para respiro y salud de la vida”.
Todo esto puede parecer un delirio. Pero la renuncia
de un papa servirá de muy poco mientras siga en pie el modelo medieval
del papado.
viernes, febrero 22, 2013
Volviendo a las raíces
En nuestra vida experimentamos una curiosa paradoja:
cuanto más avanzamos en edad, más regresamos a los tiempos de la
infancia. Parece que la vida nos invita a unir las dos puntas y comenzar
a hacer una síntesis final. O quién sabe, el ocaso de la vida con la
pérdida inevitable de la vitalidad, con los ritmos más tranquilos y los
límites insoslayables de esta última fase, inconscientemente nos lleva a
buscar fortalecimiento allí donde todo empezó. La existencia cansada
viene a humedecer sus raíces en aquellos comienzos de antaño para
intentar todavía rejuvenecer y llegar bien a la travesía final.
Eso fue lo que me ocurrió en esta primera semana de febrero cuando volví a mi tierra, a las viejas tierras (“terre vecchie”
como decimos entre los parientes): Concórdia, en el interior de Santa
Catarina. La ciudad, así como las ciudades vecinas, son conocidas en
todo Brasil por sus productos: ¿quién no compró pollos Sadia de
Concórdia, jamón Perdigão de Herval del Oeste, ahumados Aurora de
Chapecó y salamis de Seara? Pues todas estas empresas están a pocos
kilómetros unas de otras. Es una región rica, de colonos italianos,
alemanes y polacos, lugares donde Brasil parece haber funcionado bien.
Todo está prácticamente integrado, las casas son elegantes y de colores,
el bienestar generalizado y no se conocen favelas como tantas que
rodean la mayoría de las ciudades del país. Visitamos a los
sobrevivientes de la familia, por parte de mi madre sólo una tía cargada
de años y de dolores, por parte de mi padre ya no hay nadie. Sólo
quedan primos y primas. La mayoría se fue para las ciudades, uno trabaja
en Montreal como creador de juegos de Internet, otro es diplomático y
los demás en profesiones liberales. Algunos quedaron en la tierra.
Después, los lugares queridos de la infancia. Ellos
marcan nuestra psique porque los llevamos dentro: cada cerro, cada curva
del camino, cada cuesta o pendiente y por todos lados amplios
horizontes, vislumbrándose las montañas del Río Grande del Sur y las
elevaciones de los Campos Gerais de Santa Catarina. La mente infantil
exagera en las proporciones. Lo que considerábamos una subida penosa y
difícil, no pasa de ser una sencilla cuesta o bajada. Los montes
inmensos son sólo lomas. Pero siguen iguales las cañadas profundas, por
todos los rincones las piedras que hacían penosa la labor de los
colonos: el cultivo del trigo y del maíz. Los parrales tan abundantes,
uno en cada casa, prácticamente han desaparecido, pues el vino de
calidad se ha vuelto accesible.
Aquí nos sentimos parte del paisaje, aquí están
nuestras raíces, el lugar donde empezamos a alimentar sueños, a
contemplar las estrellas en las frías noches de invierno y a situarnos
en el mundo. Es curioso, cuando tengo que hablar en lugares considerados
importantes, como la Asamblea General de la ONU o en Harvard, me remito
siempre a ese tiempo remoto de donde vengo, recuerdo al niño de pies
descalzos y llenos de niguas que fui, alimentado con mucha polenta y
lectura precoz de libros. Por más espléndidos paisajes que haya tenido
la posibilidad de contemplar, ninguno es interiormente más bonito que el
de mi infancia. Porque ella es única en el mundo. Todo lo que es único
en el universo nunca más vuelve a suceder y por eso es intrínsecamente
hermoso.
Pero lo que me marca cada vez que visito a mis
parientes son las fiestas que improvisan: se come mucho, la comida
regional, la polenta, los “radicci”, los distintos tipos de “biscotti” y “cucas alemanas”, la “fortaia”,
las masas, los quesos y salamis caseros y naturalmente el churrasco. La
mayoría de los que quedaron en la tierra tuvo poca escolarización:
hablan una mezcla deliciosa de dialecto véneto y de portugués. La
cantilena es la misma, con un fuerte acento italiano, del cual yo mismo
nunca me liberé. Las manos duras de fuerte trabajo y los rostros
marcados de la lucha por la vida causan fuerte impresión. Y hay entre
todos un cariño y una cordialidad que conmueve. Los abrazos son de
doblar las costillas y los besos de las primas de más edad, de nuestra
edad, son largos y sonoros. De algunas siento el olor de mi propia
madre, la misma mirada, la misma forma de poner la mano en la cintura.
¿Quién puede resistir la emoción? Y lloro lágrimas de esas que hacen
bien.
Los tiempos vuelven al inicio misterioso de la
caminada de la vida. Pero tenemos que seguir adelante. Ellos vienen con
nosotros en nuestro corazón, ahora ligero y rejuvenecido porque empapó
sus raíces en la esencia de la vida que es la sangre, los lazos, el
afecto y el amor.
Leonardo Boff
sábado, febrero 16, 2013
El problema no es el Papa… el problema es el Papado
José María Castillo
Entre los numerosos comentarios, que lógicamente está suscitando la noticia de la dimisión del papa Benedicto XVI, echo de menos una reflexión que, a mi manera de ver, me parece la más importante, la más urgente, la que más puede (y debería) influir en el futuro de la Iglesia y su posible influencia en bien de este mundo tan atormentado en que vivimos. Me refiero a la reflexión que distingue entre los que es y representa la persona del “papa”, por una parte, y lo que es y representa la institución del “papado”, por otra.
Por supuesto, nadie duda que es importante analizar, enjuiciar y saber valorar los aciertos y desaciertos que ha tenido el papa Ratzinger en sus años de pontificado. Por supuesto, también, que es seguramente más importante aún proponer y saber elegir al hombre más competente que, en este momento, tendría que ocupar el cargo de Sumo Pontífice. Todo eso, nadie lo duda, es de enorme interés en estos días.
Pero, por muy importante que sea enjuiciar a las personas, tanto del pasado como del posible futuro inmediato, nadie va a poner en duda -me parece a mí- que es mucho más determinante detenerse a pensar lo que representa, y lo que tendría que representar, no ya este papa o el otro, sino lo que realmente es y hace la institución que, de hecho, es el papado, tal como está organizada, tal como funciona, y tal como es gestionada, sea quien sea el papa que la ha presidido o que la puede presidir.
Porque, vamos a ver: ¿es lo mejor para la Iglesia que todo el poder para gobernar una institución, a la que pertenecen más de mil doscientos millones de seres humanos, esté concentrado en un solo hombre, sin más limitación que la que le imponen sus propias creencias a ese hombre, el que ocupa el papado? Tal como está dispuesto en el vigente Código de Derecho Canónico, así es como está pensado, legislado, y así funciona el papado (can. 331; 333; 1404; 1372). Porque, entre otras cosas, el papa quita y pone a los más altos y más bajos cargos de la Curía. Quita y pone a cardenales, obispos y cargos eclesiásticos de toda índole. Y hace todo esto sin tener que dar explicaciones a nadie y sin que nadie le pueda pedir responsabilidades. Además, esto se mantiene así, sea quien sea el papa reinante, la edad que tenga ese papa, la salud que goce o padezca, su mentalidad, sus preferencias y hasta sus posibles manías.
Más aún, no echemos mano ingenuamente de la presencia del Espíritu Santo y su presunta inspiración constante en la toma de decisiones del papa reinante. No. Esa presunta intervención del Espíritu Santo no está demostrada en ninguna parte. Como tampoco está demostrado, ni hay argumentos para probarlo, que el obispo de Roma, por muy sucesor de Pedro que sea, tenga que acumular todo el poder que el papa y sus teólogos incondicionales aseguran que acumula por voluntad de Dios.
¿Dónde está eso dicho? ¿En qué argumentos se basa? El mejor conocedor de toda esta historia, que la Iglesia ha tenido en el último siglo, el cardenal Yves Congar, dejó escrito en su diario personal que todo eso era una manipulación organizada por los intereses de Roma, cuyas raíces llegan hasta el siglo segundo de la historia del cristianismo.
En todo caso, lo que es seguro es que, en todo el Nuevo Testamento, en ninguna parte consta que la Iglesia tenga que estar organizada así y así tenga que ser gestionada. Y, ¡por favor!, que nadie me venga ahora con el famoso texto de Mt 16, 18 – 19. Entre los mejores estudiosos del evangelio de Mateo, cada día aumenta el número de los que aseguran que esas palabras no salieron de boca de Jesús. Es un texto “redaccional”, muy posterior al texto original, añadido al evangelio por el redactor último del evangelio que ha llegado a nosotros.
En fin, por hoy, basta con lo dicho. Seguiremos hablando de estas cosas en los próximos días. Pero me parece importante terminar diciendo que la Iglesia está, precisamente en estos días, en un momento privilegiado para afrontar sin miedo estas cuestiones, que apuntan a los problemas de fondo que la Iglesia tiene sin resolver. Y que, si no se afrontan y se toman en serio, esta Iglesia seguirá perdida (y callada), por muy lúcido y muy valioso que sea el papa futuro. Porque, insisto, el problema de la Iglesia no es el papa, es el papado, tal como está organizado y tal como funciona, sea quien sea el hombre que ocupa el trono papal.
martes, febrero 05, 2013
Cuatro economías
Frei Betto
La globo-colonización provoca tan enorme desigualdad socioeconómica entre la población mundial, que los datos son escandalosos: cuatro norteamericanos -Bill Gates, Paul Allen, Warren Buffet y Larry Ellisson- poseen juntos una fortuna superior a la del PIB de 42 naciones con 600 millones de habitantes. En el Real Madrid, equipo de fútbol de España, tres jugadores -un brasileño, un inglés y un francés- reciben, juntos, salarios anuales de 42 millones de dólares, equivalente al presupuesto anual de la capital de El Salvador, con cerca de 1.8 millones de habitantes.
No es verdad que todos nacemos iguales, como dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Somos desiguales antes incluso del parto. La gestación de una mujer pobre no se puede comparar con la de una rica. Basta comparar el peso de sus bebes y sus defensas orgánicas.
Desde el punto de vista del comportamiento, podemos hablar hoy de cuatro economías:
1) Economía de la necesidad,
2) Economía de la suficiencia,
3) Economia de lo superfluidad y
4) Economía de la opulencia.
Dos terceras partes de la población mundial -4 mil millones de personas- viven inmersas en la economía de la necesidad, pues ni siquiera disponen de alimentación en cantidad y calidad suficiente. En 1960 había en el mundo 1 rico por cada 30 pobres; hoy la proporción es de 1 a 80. Millones de personas sobreviven en función de sus necesidades básicas inmediatas: acceso a lo mínimo de alimentos, de agua, de salud, de vivienda. Tienen suerte cuando encuentran empleo y educación. Es un pueblo condenado al éxodo, a la diáspora, emigrando de una región a otra, llevando consigo todas sus pertenencias. De entre ellos mueren cada día por hambre 24 mil vidas, entre las cuales millares de niños.
La economía de la suficiencia habrá de predominar cuando se hayan reducido las desigualdades y la humanidad conquiste, como anunció el profeta Isaías hace 2,800 años, “la paz como fruto de la justicia” (32,17). Esa economía asegura a cada ciudadano los derechos básicos: alimentación, salud y educación; vivienda, trabajo y transporte; cultura, información y diversión. Es la economía que predomina en los monasterios y conventos, donde nadie es condenado a pasar necesidad y nadie tampoco posee cosas superfluas. Todos los bienes, excepto los de uso personal son socializados -lo que es de uno es de todos-, conforme a lo que dice la Biblia respecto de los primeros cristianos: “Nadie consideraba exclusivamente suyo lo que poseía, sino que todo entre ellos era común (…) Entre ellos nadie pasaba necesidad” (Hechos de los Apóstoles 4,32-34). La economía de suficiencia debería de servir de parámetro y norma para el desarrollo sustentable de las naciones.
La economía de la superfluidad es orquestada por el poderoso engranaje publicitario y favorecida por el acelerado avance tecnológico, que vuelve el producto de hoy obsoleto y descartable mañana. Cuando la tecnología no es capaz de dar un paso adelante en lo que ya está inventado -como se ve en los ejemplos del paraguas o del sacacorchos- recurre a las variantes de “diseño”, de modo que pueda conquistar al consumidor por el aspecto, ya que el mecanismo en sí es invariable. Eso sucede especialmente con el consumo de vehículos de paseo, cuya estética atrae más a los compradores que la potencia del motor, la economía de combustible, la estabilidad y otros aspectos, a los cuales la mayoría ni les presta atención.
El papel de la publicidad es hacer famosa una mercancía y a continuación convertir lo superfluo en necesario. De ese modo miles de consumidores ya no pueden prescindir de ese champú o de aquella marca de refrigerador, recargando sus presupuestos con el consumo innecesario y muchas veces hasta perjudicial para la salud. De esa manera la publicidad invade nuestro universo psíquico, que llega a invertir la relación persona-mercancía. Ésta, realzada por una marca, pasa a darle valor a su comprador. Es como un caballo apreciado por la belleza de sus arreos. El producto pasa a tener más valor que la persona, y ésta sólo es valorada socialmente, y así se siente subjetivamente, en la medida que muestra la marca del producto.
Quizás la más avasalladora economía de lo superfluo hoy día sea la industria de la estética corporal. El culto a la esbeltez del cuerpo, una anticultura deshumanizante, desencadena un enorme gasto de tiempo y de dinero, a causa de la preocupación de parecer hermoso a los ojos ajenos. En una sociedad en que belleza, fama y riqueza son consideradas valores fundamentales, sólo queda la belleza como posibilidad, ya que la riqueza y la fama están restringidas a un círculo hermético.
Son la riqueza y la fama, y también el poder, quienes posibilitan la economía de la opulencia, al alcance del pequeño grupo de privilegiados que hace de su consumo superfluo una forma de ostentación, gastando fortunas con productos y manteniendo un estilo de vida sofisticado. Esa hartura contrasta de tal modo con el nivel de vida medio, que obliga a aquellas personas a protegerse del asedio, del asalto y de la envidia, con un fuerte entorno de seguridad. La economía de la opulencia fetichiza la mercancía, idolatra el mercado, pone el dinero en el lugar de Dios. Y controla el juego de poder en este mundo en que la política es siempre dirigida por la economía. (Traducción de José Luis Burguet.)
No es verdad que todos nacemos iguales, como dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Somos desiguales antes incluso del parto. La gestación de una mujer pobre no se puede comparar con la de una rica. Basta comparar el peso de sus bebes y sus defensas orgánicas.
Desde el punto de vista del comportamiento, podemos hablar hoy de cuatro economías:
1) Economía de la necesidad,
2) Economía de la suficiencia,
3) Economia de lo superfluidad y
4) Economía de la opulencia.
Dos terceras partes de la población mundial -4 mil millones de personas- viven inmersas en la economía de la necesidad, pues ni siquiera disponen de alimentación en cantidad y calidad suficiente. En 1960 había en el mundo 1 rico por cada 30 pobres; hoy la proporción es de 1 a 80. Millones de personas sobreviven en función de sus necesidades básicas inmediatas: acceso a lo mínimo de alimentos, de agua, de salud, de vivienda. Tienen suerte cuando encuentran empleo y educación. Es un pueblo condenado al éxodo, a la diáspora, emigrando de una región a otra, llevando consigo todas sus pertenencias. De entre ellos mueren cada día por hambre 24 mil vidas, entre las cuales millares de niños.
La economía de la suficiencia habrá de predominar cuando se hayan reducido las desigualdades y la humanidad conquiste, como anunció el profeta Isaías hace 2,800 años, “la paz como fruto de la justicia” (32,17). Esa economía asegura a cada ciudadano los derechos básicos: alimentación, salud y educación; vivienda, trabajo y transporte; cultura, información y diversión. Es la economía que predomina en los monasterios y conventos, donde nadie es condenado a pasar necesidad y nadie tampoco posee cosas superfluas. Todos los bienes, excepto los de uso personal son socializados -lo que es de uno es de todos-, conforme a lo que dice la Biblia respecto de los primeros cristianos: “Nadie consideraba exclusivamente suyo lo que poseía, sino que todo entre ellos era común (…) Entre ellos nadie pasaba necesidad” (Hechos de los Apóstoles 4,32-34). La economía de suficiencia debería de servir de parámetro y norma para el desarrollo sustentable de las naciones.
La economía de la superfluidad es orquestada por el poderoso engranaje publicitario y favorecida por el acelerado avance tecnológico, que vuelve el producto de hoy obsoleto y descartable mañana. Cuando la tecnología no es capaz de dar un paso adelante en lo que ya está inventado -como se ve en los ejemplos del paraguas o del sacacorchos- recurre a las variantes de “diseño”, de modo que pueda conquistar al consumidor por el aspecto, ya que el mecanismo en sí es invariable. Eso sucede especialmente con el consumo de vehículos de paseo, cuya estética atrae más a los compradores que la potencia del motor, la economía de combustible, la estabilidad y otros aspectos, a los cuales la mayoría ni les presta atención.
El papel de la publicidad es hacer famosa una mercancía y a continuación convertir lo superfluo en necesario. De ese modo miles de consumidores ya no pueden prescindir de ese champú o de aquella marca de refrigerador, recargando sus presupuestos con el consumo innecesario y muchas veces hasta perjudicial para la salud. De esa manera la publicidad invade nuestro universo psíquico, que llega a invertir la relación persona-mercancía. Ésta, realzada por una marca, pasa a darle valor a su comprador. Es como un caballo apreciado por la belleza de sus arreos. El producto pasa a tener más valor que la persona, y ésta sólo es valorada socialmente, y así se siente subjetivamente, en la medida que muestra la marca del producto.
Quizás la más avasalladora economía de lo superfluo hoy día sea la industria de la estética corporal. El culto a la esbeltez del cuerpo, una anticultura deshumanizante, desencadena un enorme gasto de tiempo y de dinero, a causa de la preocupación de parecer hermoso a los ojos ajenos. En una sociedad en que belleza, fama y riqueza son consideradas valores fundamentales, sólo queda la belleza como posibilidad, ya que la riqueza y la fama están restringidas a un círculo hermético.
Son la riqueza y la fama, y también el poder, quienes posibilitan la economía de la opulencia, al alcance del pequeño grupo de privilegiados que hace de su consumo superfluo una forma de ostentación, gastando fortunas con productos y manteniendo un estilo de vida sofisticado. Esa hartura contrasta de tal modo con el nivel de vida medio, que obliga a aquellas personas a protegerse del asedio, del asalto y de la envidia, con un fuerte entorno de seguridad. La economía de la opulencia fetichiza la mercancía, idolatra el mercado, pone el dinero en el lugar de Dios. Y controla el juego de poder en este mundo en que la política es siempre dirigida por la economía. (Traducción de José Luis Burguet.)
viernes, febrero 01, 2013
"El sermón de la montaña", me marcó la vida Facundo Cabral.
"Soy violentamente pacifista": Facundo Cabral
Isabel Peláez | Reportera
A
sus 60 años no lo amilana nada, de las muchas palabras con las que
juega no conoce la depresión. Ha vivido con su problema visual sin dejar
de admirar a las mujeres y conmoverse con el heroismo. Este "violento
pacifista" o "vagabundo firstclass" como se define Facundo Cabral, se
presentará hoy, en el Teatro Jorge Isaacs, en Cali.
Con el humor que lo caracteriza y la poesía a flor de piel, este hijo de La Plata, Argentina, concedió a El País una entrevista, en la que habla de sí mismo, de sus distinciones por ser hombre de paz, de su vida y su carrera.
-¿Se considera la reencarnación de Juan Bautista?
-Siempre
supe que yo había sido el Bautista. Me entra la certeza, cuando leo su
pequeña historia. Y muchos años después, cuando tuve la suerte de ir a
Israel, al llegar al Jordán sentí que volvía a mi casa.
-¿Lo mejor de su infancia?
-Mi madre,
era una fiesta, aun comiendo de la basura se arrodillaba y daba las
gracias. Soy un plagio de ella. Cuando la gente dice que le gustan mis
canciones, pienso: ¡caramba si la hubieran escuchado! Yo escribo poemas,
ella vivía poéticamente; escribo canciones, su vida era un canto.
-¿Cómo era su mamá?
-Un
ser excepcional que no tenía formación académica. No tenía
mandamientos, dogmas o sectas. Cruzando el desierto, sola con sus hijos
terminó siendo una mujer impresionante, que aprendió a leer y escribir
después de los 63 años y que sacó 75.000 niños de la calle.
-¿Con qué apelativo de los que le han endilgado se identifica más?
-Me
han dicho que soy el hereje más grande del Río de la Plata y que soy el
décimo tercer apóstol. Soy lo que soy, más allá de lo que diga la gente
afuera, mal o bello, pues hay quienes están pretendiendo que me den el
Premio Nobel de la Paz y en otros países me han declarado persona no
grata, porque a un líder no le gustó algo que dije en la televisión.
-¿De dónde nació su nombre artístico?
-Mi
madre me bautizó así. Yo tenía otro nombre, pero jamás me llamó así,
porque era el de mi padre que se fue un día antes de que yo naciera.
Nadie lo sabe, era un nombre prohibido.
-¿Qué lo marcó para decidirse por el canto?
-El
sermón de la montaña, se lo escuché a un vagabundo, en Margajó. Eran
las 12:00 M., del 24 de febrero de 1954. Fue tan grande la noticia que
escribí mi primera canción, de pura alegría, sin pensar que iba a subir
en un escenario, porque era muy tímido, muy introvertido. Este oficio se
lo debo a Jesús.
-¿Quién conoció primero el tema?
-El
vagabundo por el que conocí a Jesús. El estaba muy conmovido, porque
era la primera vez que sabía de alguien que escribía su propia canción
de cuna, pues sentí que en ese momento yo estaba naciendo.
-¿Qué otra persona lo ha marcado tanto como aquel vagabundo?
-La madre Teresa de Calcuta. Me ha hecho mucho mejor persona.
-¿Qué soñó que podía y hoy no puede?
-Tal
vez ya no pueda ser un buen amante físicamente, un buen amigo, eso sí.
Me he reprochado no haber vivido con mi madre, aunque fue mi mejor
amiga, mi maestra, como me reproché perder el avión que se cayó, donde
subieron mi mujer y mi hija.
-¿Qué tema le apasiona?
-Dios es el tema excluyente, está en todo, siempre aparece, al principio, al final o en el medio.
¿Dónde compone?
-En
el avión, en el cuarto del hotel... Cargo una maleta con papeles,
cuadernos, libros que quiero releer, otros que acabo de encontrar. Soy
un bicho literario.
-¿Qué significa para usted Borges?
-¡Ah!
me enriqueció la biblioteca, la vida. Además amo la literatura de
García Márquez, me parece un cronista excepcional; la limpieza de Italo
Calvino... soy terriblemente influenciable.
¿La poesía está en vía de extinción?
-Siempre existirá, es un don misterioso del espíritu.
-¿Un poeta nace o se hace?
-Hay
tipos que escriben cosas prodigiosas desde el inicio y hay otros que se
hacen poetas con el tiempo. Mozart crea la sinfonía a los 6 años, Henry
Miller escribe su primera novela a los 39.
-¿Qué le aburre de la vida?
-Nada, gracias a la poesía, a todo le encuentro su lado divertido.
-¿Qué lo angustia?
-No conozco la angustia, ni la depresión.
-¿Qué lo hace llorar?
-La alegría de los hombres agradecidos. El heroísmo, es algo que me ha conmovido por la épica, la valentía.
-¿Qué lo enternece?
-Los niños son el punto más sensible de mi vida, por eso me dediqué a ellos. He criado varios.
-¿Qué significa haber sido nombrado por la Unesco mensajero mundial de la paz?
-Un honor, porque ese premio lo ganó la madre Teresa de Calcuta.
-¿Y ser miembro honorario de Amnistía Internacional?
-También
un honor, porque hemos trabajado mucho para evitar las diferencias
entre los seres humanos. Me da gusto que alguien tenga en cuenta mi
trabajo, que tiene que ver con la paz.
-¿Se logrará la paz en Colombia?
-Todo
el planeta está metido en una locura extraordinaria de violencia. Me
parece que llegó a su punto fulminante, al ver tanta hecatombe esta es
la confirmación de que se termina una etapa y comienza otra. No podemos
estar desconfiando de los demás.
-¿Cómo seduce a una mujer?
-No
tengo ni idea, si supiera seducir me hubiera casado con Jane Fonda, de
quien siempre estuve enamorado, Barbra Streisand sería mi sexta mujer.
Mi madre decía: sos tan feo que si no cantaras habrías muerto virgen.
-¿Qué lo inspiró para componer 'Este es un nuevo día'?
-Estaba
muy enfermo, me daban poco tiempo de vida y escribí para agradecer los
días que me quedaban. Eso fue hace siete años y esta canción anda por un
montón de países, a pesar de que nunca tuvo difusión radial.
-¿Qué mensaje quiere dejar en esta gira?
-Que
sean felices, que se amen; que aprendan de las diferencias; que se
acerquen. No sean Clinton y Hussein, sean Pedro y Pablo, Pedro y Simón
abrazados y cambiando de oficio por una parábola, por un poema
maravilloso de Jesucristo, inventado para que ellos se junten. El
pretexto de las canciones es que la gente se una, nosotros somos violentamente pacifistas, no dejamos en paz a nadie con nuestras melodías.
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