Asumir la causa del pobre es siempre un gran riesgo. Quien lo intenta debe ser consciente de que pone en juego su vida misma, como ha quedado evidenciado en la lista innumerable de personas que han muerto defendiendo los derechos humanos.
Asumir la causa del pobre es tocar los intereses poderosos de aquellos que se han enriquecido abusando de los demás y sumiéndolos en esa situación lastimera. El hombre no es capaz de ver por sí mismo cuando explota las necesidades de los demás para sacar un provecho efímero para sí mismo.
Debido a la confusión moral que impera en la mente y en el corazón del hombre egoísta, se ha perdido toda capacidad de ver aquello que más profundamente puede agraviar la dignidad del ser humano, quien ha recibido de su Hacedor un status propio e intocable.
Defender a alguien supone que ha habido un agresor que ha traspasado la frontera de aquel espacio que todo ser humano necesita para poder vivir y actuar de acuerdo a su vocación libre y trascendente. Defender a otra persona significa que ésta no tiene ya la fuerza para protegerse ante los demás; defender a una persona nos habla de injusticias, de abusos, de lesiones a sus derechos, de una situación en la que no prevalece el derecho y la ley.
Difícilmente encontramos un período en la historia del mundo en el que no exista la violencia como expresión fácil para resolver los problemas humanos.
La violencia, el ataque, el querer eliminar a los demás, es el resultado natural del fracaso del entendimiento como único medio para resolver las dificultades. Pero al mismo tiempo, a lo largo de la historia, nunca dejaremos de encontrar personas que han intentado enseñarnos que no es agrediendo ni destruyendo cómo el hombre puede salir delante de sus problemas interpersonales. ¿Habrá alguien que piense que después de la violencia y destrucción que está teniendo lugar en la guerra contra Afganistán, reinará la paz y la concordia entre los pueblos? Ciertamente no. La paz entre los hombres nunca será fruto de la venganza, de la injusticia, del odio, sino del perdón, del amor y de las condiciones justas. Esta forma de proceder es también parte de la confusión moral que el hombre padece.
Jesús de Nazareth y, guiados por Él, muchísimos otros hombres y mujeres, han comprendido que el único camino válido para lograr evitar el enfrentamiento, la agresión y la violencia, es la educación del corazón. Debemos cultivar todo lo que es noble, justo, positivo. Es decir, debemos tratar de fincar nuestras relaciones no sobre el dominio, la injusticia, el poder, sino únicamente sobre el amor y la justicia.
Pero, mientras exista el desorden causado por el egoísmo y la voracidad de unos contra otros, se necesitan defensores de la vida y de los derechos de los más humildes, de quienes no tienen voz ni forma de hacerse oír. El precio que se paga muchas veces, el de la propia vida, indica la autenticidad de quienes se ponen del lado de los débiles y la gravedad de la falta cometida por quienes conculcan la dignidad de la persona.
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