Jovenes por siempre, Carmelitas de Corazón, Creciendo juntos. Ecuador en la Mitad del Mundo

viernes, abril 21, 2006

El evangelio según Barrabás


Frei Betto
Religioso dominico

Todos sabemos que la chusma, como diría Elio Gaspari, prefirió liberar a Barrabás y condenar a Jesús, como narra el Evangelio. Los romanos tenían ocupada Palestina en el siglo I y sus leyes preveían que, con ocasión de la fiesta judía de la Pascua, un prisionero fuera indultado. Lo curioso es que horas antes, con motivo de su entrada en Jerusalén, la multitud había aclamado a Jesús: "¡Bendito el hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor" (Lucas 19,38).

Jesús Barrabás (sí, así se llamaba) era discípulo de Judas, el Galileo, líder del partido de los sicarios que, acusado de promover una rebelión contra los impuestos cobrados por Roma, murió crucificado cuando Jesús era un adolescente. Sobre Barrabás pesaba la acusación de haber matado a un soldado romano en el otoño anterior, lo cual le atraía simpatías ante los ojos de los judíos contrarios a la ocupación romana.

¿Cómo es que la multitud fue tan voluble? ¿Por qué entregar ahora a la condenación a aquel a quien había aclamado al verlo entrar en el Templo por el puente empedrado montado en un burro? Todo hace suponer que la turba que acogió a Jesús como heredero del rey David, enarbolando ramos, no era la misma que se encontraba en la Fortaleza Antonia, en la que fue juzgado por Pilatos. Hace sentido. En la vía pública se congrega cualquiera; en las dependencias de un edificio que servía de palacio del gobernador romano sólo entraban los leales, los "amigos de la casa"; y por supuesto, éstas no eran personas dispuestas a contrariar a las autoridades.

Jesús nos intriga. Es el antihéroe. Nunca escribió un libro, actuó apenas sólo tres años, entró en la historia por la puerta de atrás, desafió a las autoridades de su tiempo. Si los hombres sueñan con ser reyes, y a los reyes les gustaría ser dioses, en Jesús Dios se hace hombre. Nadie ha dejado una impronta tan profunda en la cultura occidental como el Nazareno. "Aunque me demostrasen que Jesús no estaba en la verdad, yo me quedaría con Jesús", declaró Dostoyieski.

La existencia del hijo de María y José da alas a la imaginación. No sólo ahora, con "El código da Vinci", de Dan Brown, un Harry Potter para adultos. Ya en los primeros siglos de nuestra era se publicó un centenar de evangelios, atribuidos a Pedro, a Tomás, a Felipe, a Matías, a Bernabé, a María Magdalena, etc. Ahora llega al público uno de la supuesta autoría de Judas, cuyo autor intenta limpiar su mala fama, tratando de justificar que el apóstol-tesorero habría actuado de común acuerdo con Jesús. El obispo Gelasio, fallecido el 496, publicó un texto conocido como Decreto Gelasiano, en el que condena al menos 60 textos considerados apócrifos. En esa lista no aparece el Evangelio de Judas, señal de que no debía ser muy popular.

No dudo de que mañana aparezca el Evangelio de Jesús Barrabás. El agitador habría dejado un relato en el que afirma que su prisión fue una farsa montada para apresurar la condena de Jesús. O que su indulto fue comprado a peso de oro por sus compañeros sicarios, pagado a un Caifás corrupto, el mismo que le entregó treinta monedas a Judas, y que habría volteado a la turba contra Jesús.

Me parece curioso el afán de muchos por aclarar "quién fue Jesús" o "quién mató a Jesús", cuando las preguntas pertinentes son: "qué hizo Jesús" y "por qué condenaron a Jesús". Muchos huyen de estos interrogantes como el diablo de la cruz. Saben que las actitudes de Jesús nos interpelan, nos cuestionan e incomodan. Su opción por los pobres, la crítica al lujo de los ricos, la exigencia de amar a los enemigos, son por lo menos incómodas para una sociedad centrada en el sueño de la opulencia, canonizadora de la apropiación privada de la riqueza y cargada de odio ante los adversarios.

Jesús fue asesinado como prisionero político, no por haber sido traicionado ni porque Dios, Padre sanguinario (según la versión de Mel Gibson), hubiera querido complacerse al ver al Hijo retorcerse en la cruz. La pena de muerte acostumbrada por los romanos, la crucifixión, le fue impuesta porque su militancia amenazó la estabilidad del régimen político y económico vigente en Palestina. "¿No comprenden que es mejor que muera un solo hombre por el pueblo a que perezca toda la nación?", enrostró el sumo sacerdote (Juan 11,50).

Gentileza de Serafín Ilvay

No hay comentarios.: